domingo, 24 de diciembre de 2017

¿Dónde estará la Felicidad?


Se acercan días muy especiales en el año. Noches distintas llenas de lucecitas de colores allá donde miremos, que irán acompañadas de música y cenas adornadas de verde y rojo. Habrá encuentros, reencuentros, desencuentros… Risas y lágrimas juntas a una misma mesa dando color a la alegría y a la nostalgia. Una de esas noches tomaremos las uvas con las campanadas mientras pedimos aquellos deseos que si se cumpliesen, nos harían felices durante el próximo año que comienza… o eso pensamos. ¿Estaremos buscando la felicidad en el lugar correcto? ¿Qué pasaría si en lugar de pedir, empezáramos a dar?

Dar aliento. Dar abrazos. Dar tu tiempo. Dar cariño. Dar consuelo. Dar tu sonrisa. Dar… no necesariamente lo que materialmente tienes, sino lo que eres. Y sólo eso, sin esperar ningún pago. Que no se trate de un trabajo, ni de un servicio, ni de un favor que espera un intercambio. No, solo dar desde el “quiero dar”. Porque tienes la inmensa suerte de tenerlo y la generosidad de entregarlo a quién crees que lo necesita. Tal vez solo te lleve un momento, el adecuado para escuchar y ofrecer unas palabras sinceras de apoyo. Tal vez unos días, exactamente el tiempo que esa persona precisa para aceptar un revés de la vida sabiendo que cuenta con tu ayuda. Tal vez toda la vida, porque te hayas dado cuenta de que cuanto más das, más recibes y más tienes.  Y lo que es mejor: más feliz eres.

Lo curioso de este asunto es que al dar sin pedir y sin esperar nada a cambio, incluso ese cambio llega. Quizás no al instante ni día siguiente; es posible que tampoco al mes. Incluso, puede presentarse por otro camino insospechado. En cualquier caso, no te importe que no lo hayas pedido, recíbelo igualmente porque estará preparado para ti cuando sea oportuno. ¡Permítete recogerlo y agradece! Deja que ese círculo de dar y recibir fluya, y como un niño el Día de los Reyes, abre tu obsequio, sorpréndete, disfrútalo y contagia la ilusión.

La felicidad no es para quien la busca, sino para quien sabe encontrarla a cada minuto, en cada mirada, en cada gesto, en cada abrazo, en cada palabra de agradecimiento que recibimos del otro, cada vez que uno se entrega.
Y tú,  ¿has descubierto ya por dónde encontrarás esta Noche tu Felicidad? ¿Y mañana? ¿Qué me dices de cada día del año?



viernes, 8 de diciembre de 2017

No seas tu prisionero

¿Quién no ha buscado el “Ojo por ojo” afirmando que “Donde las dan las toman” mientras pensaba que “Quien a hierro mata a hierro muere” porque “El que la hace la paga”? Lástima que nuestra sabiduría popular tenga menos en cuenta que “La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”. Y veneno es lo que deja en nuestro ser su mordedura, convirtiéndonos en esclavos de sus efectos.

Con seguridad, en algún momento nos hemos sentido heridos por alguien, quién con sus palabras, con sus hechos, con su falta de acción o atención —intencionada o inconscientemente— provocó en nosotros un dolor emocional. La intensidad del mismo corrió a cargo, por una parte, de la interpretación que hicimos del comportamiento y, de otra, de lo importante que era para nosotros esa persona. Si pensamos que la actuación fue malintencionada o ésta fue realizada por alguien apreciado, probablemente desató, en mayor grado, emociones como la tristeza al sentimos defraudados o el enfado al consideramos ofendidos. Tal vez, ambas. En cualquiera de los casos, aunque estas emociones aportan información relevante que necesitamos examinar para aprender, no debemos olvidar que es la respuesta que demos la que puede convertirnos en prisioneros del resentimiento… ¿Te suena lo del “lado oscuro de la fuerza”?

Afortunadamente, existe la llave para salir de esa cárcel: el perdón. Sin connotaciones religiosas ni morales, sino psicológicas; el perdón como capacidad para liberarnos a nosotros mismos del sufrimiento que provoca el mantener abierta una herida emocional y desear la reparación del daño con el dolor de quién lo causó. El camino para alcanzar esta llave es laborioso y pasa por ajustar nuestra expectativa a la imagen real el ofensor (incluyendo en ella su historia personal, valores y aprendizajes), y aceptar que toda persona posee a la vez fortalezas y debilidades que se reflejan en actos. Estas fases están dirigidas a lograr que una determinada acción pasada no despierte inquietud ni malestar en nuestra vida presente. De cada cual dependerá, una vez conseguido este estado, la decisión de mantener la relación (si esta existía) con quien le causó perjuicio.

En otras palabras, la elección del perdón es un ejercicio de libertad dirigido hacia uno mismo. Se trata por tanto de darnos la oportunidad de romper las cadenas que —de forma inconsciente— hemos creado y que nos mantienen unidos, precisamente, a la persona que nos lastimó. Es importante conseguir que el pensamiento deje de girar en torno al padecimiento sufrido tratando de imaginar formas de compensar el agravio… De lo contrario, seguiremos atrapados alimentando el odio hasta que termine por devorarnos.

Dejar de ser un “prisionero envenenado” requiere coraje y valentía, pero sobre todo, aprender a perdonar para saborear libremente la vida dejando que el resentimiento se escape.

Ahora, decides tú… ¿Te atreves a dejarle ir?


sábado, 2 de diciembre de 2017

La fortaleza

Debo admitir que me apasiona observar esos majestuosos y sólidos castillos medievales repartidos por toda nuestra geografía. Sí, aquellos que parecen sacados de alguna leyenda, con sus murallas, sus almenas, sus fosos, sus torreones. Construidos hace siglos con materiales tan poco sofisticados y tan frágiles, aparentemente, como el barro o el adobe. Y, sin embargo, han sido poderosos fortines capaces de soportar el paso del tiempo y sus inclemencias, el ataque de feroces enemigos o la dejadez de sus habitantes. Aunque, para ser justos, reconozco también que, a veces, parte de estas fortalezas se derrumban. Tal vez por todo ello, me recuerden a los seres humanos.

Estoy convencida de que te habrás encontrado con gente parecida, en cierto modo, a estos castillos de los que hablo; o quizás tú mismo/a te descubras en esta comparativa. Me estoy refiriendo a personas que normalmente se muestran fuertes, seguras, muy decididas y capaces; pero reacias a admitir su vulnerabilidad y necesidad de ayuda en determinados momentos de sus vidas. Es cierto que en ocasiones puede no resultar fácil admitir las propias fallas, áreas de mejora o fisuras, pero eso no quita que constantemente aparezcan y ocurra que, bien por “ceguera”  o bien por miedo a ser conscientes de nuestras carencias, nivel de destreza y determinación en diferentes ámbitos y situaciones, evitemos pedir ayuda cuando sea necesario. Tal comportamiento, además de incidir negativamente en un adecuado desempeño, puede perjudicar la salud psicológica, emocional o social, provocando que alguna de las “murallas” que nos protegen, finalmente cedan y caigan. La razón que se esconde tras esta resistencia es que confundimos ser débiles con ser vulnerables, y hay una gran diferencia: La debilidad se define como una falta de fortaleza o voluntad; en cambio, la vulnerabilidad es la aceptación de que no somos invencibles pero que contamos con recursos internos y externos para hacer frente a los acontecimientos. O aprendemos a desarrollarlos. Quizás… con ayuda.

Por lo tanto, si queremos mantener en pie la “estructura”, y no solo eso, sino seguir añadiendo nuevas estancias que nos conviertan en un firme “alcázar” deberemos fijar unos buenos cimientos en forma de valores, aplicar un mantenimiento y revisión periódica a través del autoconocimiento constante y —cómo no— aprender a detectar cuando es preciso contar con alguien más para reparar “ciertas grietas”, actuando en consecuencia.

Es importante señalar que, a veces,  la ayuda simplemente puede ser recibir unas palabras de ánimo, de aliento… Un abrazo, una conversación o un gesto amable que nos sostenga. “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo” decía el matemático y físico griego, Arquímedes de Siracusa.


Busca un punto de apoyo y moverás tu mundo. ¿Has pensado ya quién puede ser el tuyo?




jueves, 9 de noviembre de 2017

Atención, Atención

Suena el teléfono, cuelgas y tienes ya dos llamadas perdidas. Te llegan ciento cuarenta y siete wasaps de un grupo. Acabas de recibir diez correos electrónicos, mientras consultabas las últimas noticias, la previsión meteorológica y verificabas las cinco notificaciones de Facebook  justo antes de comenzar una reunión.  Tienes la televisión encendida y tratas de hojear el último libro que te has comprado a la vez que piensas lo que vas a preparar de comer, respondes a lo que acaba de preguntarte tu pareja, tu hijo o tu madre y oyes el timbre de la puerta. ¿Y todavía te extrañas de tu falta de concentración?
Todas estas situaciones no son más que un pequeño ejemplo de la gran cantidad de esfuerzo diario que debemos realizar para repartir nuestra capacidad de atención. Las nuevas tecnologías nos han proporcionado grandes y numerosos avances pero, como contrapartida, son un elemento más que entra a competir por robarnos la atención. Sin duda, la atención es un recurso tan valioso como escaso dada la cantidad de estímulos que nos bombardean a diario. Sin ella difícilmente podremos realizar un verdadero aprendizaje o centrarnos en un objetivo o, ser conscientes de cómo nos sentimos. Y este es un punto importante, de modo que si perdemos la propia autoconsciencia iremos con el piloto automático, o peor, como barco sin timón. Si no prestamos atención a las señales corporales, es posible que cuando queramos darnos cuenta, ya tengamos un problema grave, físico o psicológico. Si no prestamos atención a las señales sociales e interpersonales, con toda seguridad acabaremos dañándolas o tal vez, incluso, rompiéndolas.  Y si no prestamos suficiente atención a la vida, probablemente pase por delante de nuestros ojos y para cuando decidamos abrirlos sea demasiado tarde.
Afortunadamente, la capacidad atencional podemos entrenarla, mejorarla y fortalecerla para evitar así que nos la “roben” por las buenas. Técnicas como Mindfulness o la Meditación guiada nos pueden facilitar su manejo,  nos ayudarán a impedir que nos perdamos entre “cantos de sirenas” y naveguemos sin sentido durante horas en un mar de pensamientos embravecidos. Saber dirigirla nos convertirá en  “capitanes del navío”.
En el caso de que quieras empezar cuanto antes y no sepas por dónde, comienza por observar tu respiración: ¿Es profunda o superficial? ¿Lenta o agitada? ¿Notas cómo cambia ante una emoción? Cuando te sientes estresado/a ¿Cómo es? Experimenta.
Regálate momentos atentos, de eso está hecha la vida y la llegada al nuevo mundo… se inicia con una primera respiración.

Y tú, ¿tripulas tu barco hacia el faro o te pierdes contando las olas?


jueves, 2 de noviembre de 2017

Del grano a la montaña

¿Has pensado alguna vez cuantos granos de arena se necesitarían para formar una montaña? Al ser humano, a veces, con uno sólo le basta. Hay ocasiones en las que un incidente, conversación, pensamiento o suposición es capaz de generar un incómodo malestar y provocar, incluso, un considerable sufrimiento… Y aún más, puede desatar la imaginación sobre consecuencias negativas del mismo, ocasionando desazón por algo que aún no ha ocurrido y que tal vez, ni siquiera ocurra, o no de esa forma. ¿Exagero?

A pesar de su apariencia ilógica, este tipo de actuaciones parece tener alguna finalidad, por lo que cabe plantearse una serie de cuestiones: ¿Cuál es el objetivo de este desasosiego? ¿Realmente nos ayuda a prepararnos ante el futuro suceso?  ¿Qué hay entre el hecho real y sus efectos? Vayamos por partes. En primer lugar, y por cuestiones de supervivencia, nuestro cerebro busca seguridad, tener el control de la situación. Para ello, tratará de anticipar respuestas a eventos que, entendemos, puedan atentar contra nuestra integridad física y/o emocional, y su forma de movilizar para la acción es producir la suficiente “molestia” como para ponernos en marcha y cambiar el rumbo. Esto se complica cuando en lugar de tomar la acción oportuna y adecuada —si fuese el caso— bien porque no sabemos cómo actuar, tememos hacerlo o bien porque no depende de nosotros, optamos por mantener el supuesto problema en un plano puramente mental. El resultado de esta falta de acción es lo que puede llevarnos a “rumiar” una y otra vez pequeños detalles haciendo que centremos en ellos gran parte de nuestra atención; lo que a su vez les irá dotando de mayor importancia y espacio a nivel cognitivo. Si además es algo sobre lo que no tenemos experiencia previa, le sumaremos el temor a lo desconocido. En este punto es dónde cobra especial relevancia la respuesta a la última pregunta: Entre el acontecimiento y su repercusión se encuentra la propia interpretación de lo que nos sucede, y dependiendo de cómo sea emitiremos una respuesta ajustada a la magnitud del hecho o una reacción inefectiva y desproporcionada presente y futura. Por lo tanto, es crucial que nos detengamos a analizar dicha interpretación, el estado emocional en el que nos encontramos y si caben otras posibilidades o perspectivas más favorables; teniendo en cuenta los hechos, observándolos de forma más objetiva y con la distancia necesaria. Esta manera de proceder nos ahorrará quebraderos de cabeza inútiles, tiempo de vida y recursos personales que sin duda serán más productivos si aprendemos a optimizarlos otorgando a cada acontecimiento la importancia que merece en su justa medida, tomando las acciones oportunas cuando sea necesario o “limpiando nuestras gafas” de contemplar realidades. De lo contrario, vivir puede convertirse en toda una intransitable sucesión de cordilleras “granuladas”.

Piensa, ¿qué sueles encontrar en tu travesía?


jueves, 26 de octubre de 2017

Sobre hábitos y monjes

De todos es bien sabido un conocido dicho que afirma que  “el hábito no hace al monje”. Sin embargo, y dejando de lado cualquier connotación religiosa, puede que sea cierto, solo en parte.
El citado aforismo trata de instruirnos sobre la importancia de no juzgar a nadie por su apariencia física, por su aspecto o vestimenta, ya que puede llevarnos a  extraer conclusiones equivocadas sobre las personas. Y, sin darnos cuenta, el propio comportamiento para con ellas también estará sujeto o condicionado por esa opinión, tal vez inexacta, que hemos creado. Es obvio que se trata de una estrategia de simplificación por parte de nuestro cerebro dirigida a darnos seguridad. A nuestra mente llega diariamente tanta información en tan poco tiempo, que solemos optar por quedarnos con aquello que nos resulta más relevante a primer golpe de vista. Pero no nos detenemos ahí, con esos datos procedemos a juzgar y emitir una sentencia sobre como es y se comportará una persona.  Es muy posible que nos encontremos con personas vestidas de forma humilde y tomemos las oportunas precauciones porque deducimos que nos robarán en cuanto tengamos un descuido; y que, sin embargo, la experiencia nos lleve a toparnos con gente refinada que, para nuestra sorpresa, resulta ser muy amiga de lo ajeno. Intuyo que es principalmente esta la enseñanza sobre la que trata de advertirnos la cita con la que comenzamos el post.
Ahora viene la otra parte. ¿Cómo se hace el “monje” si no es con el hábito? Obviamente con el término “monje” no me estoy refiriendo solamente a aquel individuo solitario y sabio que dedica su tiempo a servir, orar o a la vida contemplativa. Me refiero también a la persona y al profesional, de cualquier ámbito, que cada uno de nosotros ha llegado a ser. Por supuesto, con el concepto “hábito” tampoco hablo de la vestimenta, sino del comportamiento que repetido día tras día de forma constante automatiza nuestros actos. En otras palabras, son acciones que han alcanzado un nivel de aprendizaje tal, que ya no requieren de atención consciente para ejecutarlas de forma eficaz. Lo cual no significa que siempre sean efectivas ni que contribuyan a hacernos más felices. Cabe que nos cuestionemos entonces, ¿cómo son mis hábitos? ¿Son saludables? ¿Favorecen mi bienestar físico, psicológico y emocional? ¿Me acercan a mi ideal de persona o de profesional? ¿Y a mis objetivos? ¿Para qué hago lo que hago? ¿Están alineados con mis valores fundamentales? Y, si no me benefician, ¿qué “cadena” me obliga a mantenerlos? Si la mayoría de tus respuestas a estas preguntas acerca de tus hábitos son negativas… Piensa sobre ello, ¿a qué esperas para cambiarlos?
Después de todo lo dicho,  parece claro que “el hábito no hace al monje” pero, sin duda alguna, “el auténtico monje lleva consigo buenos hábitos”.
¿Sabes cuales son los tuyos?


jueves, 19 de octubre de 2017

Maestros

Estoy convencida de que a estas alturas de tu vida ya habrás tenido unos cuantos. Es más que probable que pienses que si hemos tenido la oportunidad de ir a la guardería o al colegio nos habremos topado con sus enseñanzas. Sin embargo, con el término “maestros” no me estoy refiriendo solo a los docentes que nos impartieron materias como matemáticas, ciencias, lengua o cualquier otra asignatura al uso. En esta ocasión hago alusión a cualquier  persona o suceso que se cruza en nuestra vida para revelarnos algo importante; aunque no siempre nos resulte agradable. Cuando esto sucede,  solemos comenzar a quejarnos, a juzgar y calificar la situación como algo negativo y, sobre todo si experimentamos cierto malestar en el proceso, nos preguntamos incesantemente ¿por qué me tiene que pasar a mí?”. Pero raras veces, ponemos el foco en el aprendizaje y en quién nos convertiremos tras vivir y trascender la experiencia.
Estos particulares “maestros” no necesitan titulación para ejercer. No se dedican a dar clase, ni tutoría, ni corrigen exámenes. Ni siquiera tienen una clase; de hecho si la tuviesen, cada alumno/a aprendería sobre un tema diferente. Y lo mejor de todo es que en la mayoría de los casos, ni siquiera son conscientes de que son (o podemos ser) maestros. A veces pueden hacer que —sin contemplaciones— despertemos dándonos de bruces contra el suelo. Con ellos descubriremos, a pesar del dolor, hasta dónde somos capaces de llegar sin desfallecer apelando a la propia fortaleza humana. Otros, por su parte, nos mueven con su ejemplo, sus palabras y nos inspiran a ser alguien mejor. Hay quienes nos conducen con amabilidad y firmeza hacia horizontes que al principio parecían inexpugnables. En su presencia, ese sendero compartido es como un Camino de Santiago; una ruta transitada con esfuerzo, perseverancia y disfrute sereno. También hay momentos en los cuales  los “maestros” vienen disfrazados de circunstancias, y serán ellas las que nos pondrán a prueba: un nuevo reto laboral, un despido, una enfermedad, un conflicto, un desengaño, una ruptura, una pérdida importante…
En cualquiera de los casos, sus lecciones serán poderosas si sabemos cómo aprovecharlas; para ello, en primer lugar deberemos averiguar cuál es el saber que pretende mostrarnos, ya que será justo el que necesitamos conocer en ese momento, ni antes ni después. Por ello, sin duda, «el maestro aparece cuando el alumno está preparado». Es entonces cuando la queja y el lamento acerca de lo que padecemos desaparecen y se transforman en curiosidad. Los juicios y sentencias se convierten en pregunta: ¿Qué puedo aprender de todo esto para crecer?
Llegados a este punto, me atrevo a cerrar con una última cuestión, ¿te has planteado cómo sería la vida sin desafíos que pongan a prueba nuestros talentos, que nos lleven a conocernos con más profundidad y a desarrollar nuevas estrategias para afrontarlos?

Gracias a todos mis maestros. Gracias a todos, mis “maestros”.


jueves, 12 de octubre de 2017

Locos por el trabajo

El trabajo más productivo es el que sale de las manos de una persona contenta”. Esta fue una de las citas célebres que nos dejó Victor Pauchet, reconocido cirujano francés cuya maestría y excelencia proporcionaron importantes innovaciones en el campo de la cirugía del siglo XX. Tratándose de un hombre de ciencia y un profesional cuyas manos son claves como herramienta de precisión, me llama poderosamente la atención que relacione la productividad en el trabajo con el estado de ánimo.
Creo interesante exponer este tema ya que —aunque parezca increíble— en pleno siglo XXI, aún quedan gerentes, empleadores, empresarios, mandos intermedios y encargados de equipos, que parecen no tener en cuenta la sabia reflexión con la que comienzo el post. En lugar de ello, de construir relaciones que favorezcan ambientes dónde las personas puedan aportar con ilusión y compromiso lo mejor de sí mismas en su puesto de trabajo; utilizan el miedo, la amenaza, la sanción, la coacción, el control disfrazado de supervisión junto con una buena porción de nefasta comunicación; que no hacen sino sembrar desánimo, angustia y temor que acabarán degenerando en más y mayores errores acompañados de una caída en la productividad. Últimamente he leído algunos artículos que hablan sobre el hecho de que las empresas no tienen por qué hacer felices a sus trabajadores, y estoy de acuerdo en que no debemos dejar nuestra capacidad para ser felices en manos ajenas. Lo que no comparto es que se utilice esta premisa como escudo tras el que parapetarse y mantener hábitos gerenciales anticuados, desalentadores y contraproducentes, tanto para la salud mental de los empleados, como para la cuenta de resultados de la organización. Tal vez con modificar “eso” que contribuye a desmotivar sería suficiente… ¿A quién le apetece involucrarse y dedicarse no solo en cuerpo (presencia) sino también en alma (amor) a un proyecto, si siente miedo y aversión al solo hecho de pensar que tiene que reunir todas sus energías para superar la jornada de trabajo? Dediquemos unos minutos a pensar en ello.
Para desempeñar funciones de responsabilidad sobre personas, no basta con el conocimiento técnico. Es imprescindible entrenar las competencias personales: comunicación, empatía, resolución de conflictos, trabajo en equipo. En definitiva, desarrollar la inteligencia emocional y aplicarla también en el ámbito laboral. Porque es cada vez más la gente con gran talento la que me plantea que estarían dispuestos a cambiar su trabajo, a asumir el riesgo de montar un negocio o, incluso, que aunque el hecho de estar en desempleo es una situación económica no deseada para la mayoría, en ocasiones, la cambiarían por el sufrimiento y desgaste emocional que llegan a experimentar en sus puestos. La pregunta que se hacen es: ¿Compensa? Está claro que trabajamos y a cambio recibimos un pago por nuestros servicios, pero ejercer nuestra labor con excelencia, desde el compromiso, necesita de una cultura y ambiente sanos para que pueda florecer.

Mi pregunta, sobre todo para aquellos que tengan personas bajo su mando, y volviendo al protagonista del post de hoy, Victor Pauchet, es: Teniendo en cuenta lo leído hasta aquí, ¿cómo te gustaría que fuese el director de tu cirujano?




jueves, 5 de octubre de 2017

Ruedas pinchadas

A cualquiera le puede pasar, pero estoy segura de que no cogerías tu vehículo sabiendo que tiene un pinchazo en la rueda. Sabes lo importante que es tener a punto tus neumáticos: te ofrecen un mayor rendimiento y ahorro de combustible, la conducción se experimenta suave y ligera y el frenado es más fiable, haciendo que la respuesta a imprevistos sea rápida, eficaz y segura. Por eso realizas revisiones periódicas. A pesar de ello, si durante la marcha notases que tu volante presenta cierta resistencia en la dirección o que se desvía hacia un lado más que hacia el otro, se despertarían tus sospechas de que algo no va bien y te detendrías inmediatamente. Por tu propio bien y por el de otras personas que también circulan compartiendo la carretera contigo. Pero, ¿qué tal llevas la “rueda de tu vida”? ¿Reduces tu velocidad y frenas para comprobar la “presión” o sigues esperando a que termine en “reventón”?
Tal vez pueda resultarte un poco extraña la comparativa entre la rueda de un coche y la tuya propia, pero déjame decirte que ambas necesitan estar en buenas condiciones para viajar; para llegar lejos, para alcanzar tu destino. En Coaching utilizamos esta herramienta para «tomar la temperatura» y conocer el punto de partida en el que te encuentras. Así, calibrando cuáles son tus necesidades en las diferentes áreas de tu vida puedo acompañarte para que averigües por dónde «escapa el aire de tu rueda», tomes acción y avances mayores distancias, con menos esfuerzo.
Es habitual que con las prisas del día a día pasemos por alto algunos detalles que nos van avisando. Pero, si nos acostumbramos a ignorar  las señales de nuestro particular ordenador de a bordo, sucederá lo inevitable: Sin saber cómo hemos llegado, estaremos parados en el arcén de nuestra existencia con la  «rueda» pinchada o reventada. Y claro, ahora toca detenerse a la fuerza y repararla, con los consiguientes costes de tiempo y esfuerzo personal. Porque de lo contrario, el desequilibrio en un área acabará afectando a las demás. Ante este panorama, estarás de acuerdo conmigo en que el mejor remedio es una buena prevención; una evaluación, un chequeo o una revisión periódica del estado de cada una de las esferas vitales: salud (física y psicológica), familia, amigos, trabajo, ocio, dinero, desarrollo personal y contribución a la sociedad; nos ayudará a detectar cuál debe ser nuestra prioridad y tomar medidas para restablecer un equilibrio saludable.
Es cuestión de responsabilidad, de tomar consciencia, de decidirse a actuar y, si es necesario, de pedir ayuda cuando advertimos que por más que rodemos no avanzamos o empezamos a intuir que nuestra «rueda», por alguna razón, no se encuentra en buen estado.

¿Has revisado últimamente las tuyas?


jueves, 28 de septiembre de 2017

Mañana empiezo

Seguro que no son pocas las veces que te has dicho ese “¡Mañana empiezo!” lleno de ganas e ilusión por comenzar un nuevo proyecto, estudiar, dejar un mal hábito, buscar trabajo, hacer más deporte, montar un negocio, cuidar la dieta, tachar alguna de las tareas pendientes de tu lista… En definitiva, ponerte manos a la obra para alcanzar un objetivo. Sin embargo, al llegar un nuevo día ves cómo tus anhelos se disuelven como por arte de magia y vuelves a posponer llenando de excusas el vacío que se queda. ¿Pero qué es lo que ha pasado? ¿Dónde han ido todas esas razones de peso que habíamos tenido en cuenta ayer? ¿Por qué nos da la sensación de que hemos vuelto a fallarnos? ¿Podremos hacer algo para romper ese círculo de autoengaño?
Es fácil que nos contemos el cuento de que no tenemos tiempo, que la tarea es complicada o que requiere mucho esfuerzo, recursos, dinero. Debatimos, replicamos y negociamos con nosotros mismos hasta que terminamos concluyendo que mejor lo dejamos para otro momento; porque total, hoy no es el día. Tal vez mañana… Y nos quedamos tan tranquilos. O no. Porque en el fondo sabemos que posponer o procrastinar no hace más que acrecentar el malestar que sentimos; que tras esa meta no alcanzada se esconde una necesidad, un impulso que sigue pugnando por ser cubierto. Lo que desconocemos es que la fuerza que buscamos para ponernos en marcha no nace de argumentos ni razones, sino del propósito. Con lo que averiguar nuestro para qué, en lugar de perdernos en innumerables por qués, será una parte importante del engranaje motivacional.
Otro elemento de relevancia al que debemos prestar atención es a nuestras emociones. Así de claro: En ocasiones nos negamos a tomar acción porque nos atenaza el miedo. El miedo a fracasar, a perder algo, a no estar a la altura, a equivocarnos, a no tener la suficiente perseverancia para vencer los obstáculos, a fallar a otros… Pero, si somos capaces de detectarlo, podremos vencerlo, ya que el mejor remedio contra el miedo es la acción. En el instante en que damos esos pequeños pasos cargados de incertidumbre, notamos como las dudas se van dispersando.
Así mismo, si nos cuesta percibir el beneficio que obtendremos o lo vemos lejano en el tiempo, la pereza jugará su papel. Igual que la acción llama a la acción —razón por la que para generar motivación debemos actuar primero— la falta de movimiento provoca parálisis, física y mentalmente. Es esa actitud la que puede llevarnos a la tristeza, la pasividad y el desaliento.
Por fortuna, contamos con todo lo necesario para pasar de las excusas al éxito. Y es que si establecemos objetivos propios basándonos en el propósito, ordenamos las prioridades en función de las necesidades reales y gestionamos adecuadamente las emociones que nos acompañan, seremos capaces de tomar decisiones y comprometernos de tal forma, que nuestra determinación será irremediablemente inquebrantable.


¿Vas a esperar hasta mañana? ¿Qué pasaría si empezaras hoy?


jueves, 21 de septiembre de 2017

Miedo a la oscuridad

Sabemos que uno de los temores más antiguos del ser humano es el miedo a la oscuridad. Y no es de extrañar que desarrolláramos aversión a la llegada del anochecer ya que ello nos convertía en presa fácil impidiendo anticiparnos a posibles depredadores, enemigos y demás “espíritus nocturnos”. Nos sentíamos vulnerables. El descubrimiento del fuego nos transformó en seres capaces de afrontar esos peligros; aprendimos a crear luz cuando las circunstancias naturales se empeñaban en arrebatárnosla.
Por fortuna, ahora disponemos de un completo equipamiento eléctrico que hace la vida más cómoda y segura; que nos permite manejar a nuestro antojo y convertir, incluso, la noche en día. A pesar de ello, continuamos temiendo la oscuridad. La nuestra. La propia. Aquella que se esconde en un rinconcito interior y nos traba haciendo que nos sintamos diminutos ante los retos. La misma que construye creencias limitantes basadas en experiencias pasadas  o en imaginaciones futuras. A veces, podemos verla como ese juez cruel vestido de negro cuyo veredicto nos condena y humilla golpeando con su duro mazo dónde más duele: en toda la autoestima. En otras ocasiones, la percibimos como un abismo que parece interponerse entre nosotros y nuestros sueños, objetivos y metas. Sin embargo, somos ciegos para apreciar lo que nos brinda; todo un universo de posibilidades ocultas a las que jamás accederemos si nos resistimos a conocerla. Tal vez nos hemos acostumbrado demasiado a la luz artificial; a deslumbrarnos con todo lo que se nos pasa por delante, sea o no real, quedándonos en la superficie de lo que somos. Pero si nos atrevemos a contemplar en silencio el "interior de la habitación" durante el tiempo suficiente, la visión se adaptará y nuestro foco de atención empezará a iluminar lo que permanecía escondido, otorgándonos la oportunidad de ser conscientes y aceptar también las propias debilidades. Seremos observadores a la par, de claros y oscuros, de contrastes que harán que el miedo sea transmutado, surgiendo ante nosotros la belleza de todo un firmamento tapizado con millones de fogosos destellos: Ellos serán tus fortalezas. 
Quizás estábamos equivocados. Y no fue el miedo a la oscuridad el que "encendió" el fuego, sino que las propias sombras nos encaminaron a vislumbrar nuestras chispas de ingenio.

¿Has visto ya las tuyas?


jueves, 14 de septiembre de 2017

¿Tú construyes catedrales?

Si te dijera que posees un superpoder que te permite lograr resultados que van más allá de lo aparente, probablemente me responderías con un gesto de incredulidad, que eso solo pasa en el cine. Si además te afirmo que a través de tu trabajo puedes «construir catedrales»,  me indicarás —a no ser que te dediques al noble arte de la edificación— que eso está bastante alejado de tus quehaceres diarios. En cualquier caso, espera a terminar el post para darme una respuesta.
El superpoder del cual hablo es algo muy humano; se trata de la automotivación. Un combustible cotizado en cualquier ámbito y que depende más de las emociones que despertamos que de las razones que nos damos para continuar sin desfallecer o para ponernos en pie si hemos sufrido una inesperada caída. En cuanto a las catedrales, no me refiero a ellas en sentido literal sino al propósito, al legado que nos gustaría dejar.  Mi intención es llamar tu atención sobre el significado que le das a lo que haces, a aquello a lo que te dedicas y entregas tu tiempo (independientemente si es remunerado o no); en definitiva, que seas consciente de si en tu día a día sólo ves faena que tienes que hacer o, por el contrario, una oportunidad de dar lo mejor de ti, para otros. Piénsalo un momento, cuando realizamos de forma rutinaria una tarea de la que sólo vemos el tiempo que nos lleva, el esfuerzo que nos supone y el poco reconocimiento o el excesivo control que recibimos por parte del jefe, la llama de la motivación se muere lenta e inexorablemente. A diferencia de ello, cuando tenemos la libertad de dar nuestro toque personal, ponerle cara y nombre a los destinatarios finales de nuestra labor o imaginarnos que esa persona podría ser nuestra madre/padre, hijo/a, hermano/a o pareja, es decir, al humanizar nuestro desempeño, ponemos un especial cuidado, dedicación y esmero. Y, ¡sorpresa! Eso nos lleva a ser mejores, a ser excelentes y a marcar la diferencia.
Para cimentar esas catedrales de las que hablaba es preciso sincronizar mente y corazón, alineando el qué con el cómo y el para qué. Porque no se trata únicamente de poner piedras (el qué) ni de la forma de colocarlas para ir conformando paredes (el cómo) sino que todo ello debe estar enfocando al diseño final (el para qué) que será el que otorgará sentido, fuerza y dirección.
Claro está que no todos somos un Gaudí; pero cualquier persona, con independencia de su ocupación, tiene en sus manos el poder de ser un artista de infatigable ánimo levantando su propia catedral…
Ahora, ¿qué respondes? 


jueves, 7 de septiembre de 2017

Estación de salida

Deseado para unos y muy a su pesar para otros, el noveno mes del calendario acaba de entrar por las puertas anunciando que el verano está próximo a su cierre. Dejamos atrás experiencias, sentimientos y horizontes azulados que pasarán a convertirse en recuerdos una vez que las hojas empiecen a soltarse de los árboles.
Afortunadamente, todo final trae consigo un nuevo comienzo, incluido septiembre.  Iniciamos curso, retomamos el empleo (o el trabajo de buscarlo), marcamos objetivos, planificamos acciones. Fuerzas e ilusión parecen renovadas tras el descanso y los calores estivales… Por ello, hay quién se  plantea realizar un viaje distinto, emprender un camino personal que le lleve desde dónde está hacia dónde quiere ir.
No son pocas las personas que me comentan que les gustaría dar un giro a su vida. Dicen que querrían atreverse más, aprender cómo ser mejores en sus relaciones, en su modo de vivir los acontecimientos, de afrontar los problemas en su día a día o conseguir algún sueño que llevan posponiendo porque no encuentran el momento. Ante tales afirmaciones, por mi parte llueven preguntas: si realmente vemos preciso que algo tome otro rumbo, ¿qué nos impide avanzar? ¿Cuál está siendo nuestra actitud frente a lo nuevo? ¿Es posible que, aunque lo deseemos, nos estemos resistiendo poniendo excusas? Silencio.
Deja que emerja el silencio. Ayuda a despertar la atención. De hecho, éste es necesario si pretendemos escuchar nuestras respuestas —no las viejas— las buenas. Fíjate cómo se acalla la vida latente de las arboledas llegado el momento y por un tiempo. Ello nos permite podar y preparar sus ramas para favorecer su equilibrio, su crecimiento y el aprovechamiento de la luz. En definitiva, dejar ir para poder crecer; aprendamos a ser jardineros del corazón. Paremos el ruido interior y dejemos ir, también nosotros, aquello que no nos sirve; para cuidarnos. Probemos a desechar los diálogos internos que se tornan juicios socavando la autoestima; a arrancar los pensamientos negativos y circulares que nos restan fuerzas. Cultivemos en su lugar la serenidad, la autoconfianza y las acciones efectivas. Y, sin duda, darán su fruto.
Florecer —sea cual sea nuestra naturaleza— requiere tiempo, energía y dedicación. Es una transformación que comienza lentamente en el interior y después se expande. Mirar más allá de la hoja seca, del árbol sin copa y de las nubes que cubren el Sol nos alentará a ponernos en marcha y a perseverar con paciencia aceptando que el inicio es sólo un punto de partida.

¿Te animas a vivir nueva etapa?


miércoles, 26 de julio de 2017

Rompiendo muros

Los hay altos y bajos. De ladrillo y de Pladur®. De carga y accesorios. De seguridad y defensivos. Sobrios y graffiteados. Provisionales y perpetuos. De contención y decorativos. Históricos y contemporáneos. Reales y virtuales. De los que recorren grandes distancias y de los que apenas ocupan un metro cuadrado. Y luego están los de nuestra propia cosecha: los “muros” mentales.
Al igual que los primeros, son fronteras que nos limitan; barreras que vamos construyendo piedra sobre piedra sin percatarnos de que más que mantenernos a salvo, impiden nuestro avance, crecimiento interior y apertura al mundo. Actúan reduciendo la visión del paisaje y, en la mayoría de los casos, van confinando el propio potencial al fondo de una prisión amurallada. Pero, ¿de qué poderoso material están hechas sus robustas paredes? ¿Hormigón? ¿Cemento armado? No, simplemente, creencias. Ideas que convertimos en verdades absolutas que raramente son refutadas. Es posible que estas ideas sobre quiénes somos, sobre el entorno y sobre los demás, aparecieran en momentos tempranos de nuestra existencia; tal vez cuando alguien relevante para nosotros volcó su falta de competencia emocional etiquetándonos de torpe o poco hábil o inútil… y le creímos. Quizás tuvimos una experiencia negativa producto de la inexperiencia y llegamos a la conclusión errónea de que nunca podríamos conseguirlo porque jamás seríamos lo suficientemente buenos. Probablemente escuchamos a personas temerosas que nos advirtieron de los peligros de abandonar la zona de confort y, sin dudarlo, dimos un paso atrás para alejarnos del “borde del precipicio”.
El problema es que esas creencias limitantes van creciendo a nuestra par — incluso podemos ir agregando nuevas— haciendo que estos “muros mentales” ganen terreno y nos resten espacio. Espacio para cuestionar su veracidad. Espacio dónde situar la libertad personal de elegir cómo queremos ser, actuar, experimentar, aceptar, aprender y para comprobar sobre qué mentiras o verdades se sostienen. Espacio para crecer y desarrollar los talentos escondidos. 
La buena noticia es que también tenemos el poder de derribarlas. Sí, y no solo eso, además, tenemos la capacidad de transformarlas una vez que las identificamos. Para ello, debemos comenzar por conocernos a nosotros mismos.
El autoconocimiento nos proporcionará los recursos que catapultaremos para romper los límites del “fortín” desde dentro. Adoptarán la forma de valores, hábitos, gestión emocional, creatividad, disciplina, esfuerzo, pasión, compromiso… En definitiva, serán nuestras fortalezas las que pondrán en cuestión la veracidad de lo que nos debilita. Será entonces cuando no nos dediquemos simplemente a colocar una creencia sobre otra sin orden ni concierto y sin antes determinar si nos encumbra o nos entierra. Decidir las creencias con las que edificaremos nuestro presente, directamente nos convierte, en arquitectos de nuestro destino.

Por cierto, ¿tú qué crees?





miércoles, 19 de julio de 2017

¡Esa queja no funciona!

Que levante el dedo del móvil o del ratón quién no se haya encontrado con personas que constantemente se quejan por todo: De lo mal que se encuentran en el trabajo y peor aún si no lo tienen; de la poca espera que tienen sus hijos mientras van agotando la escasa dosis de paciencia diaria antes de darles un bufido; de lo poco que les escucha su pareja a la vez que, sin apenas mirarte, teclean algo en su smartphone y asienten con la cabeza a tus comentarios como uno de esos perritos del salpicadero; de que no reciben el reconocimiento que —según su criterio— les corresponde, sabiendo que se dedican a hacer lo justo y nunca se han atrevido a presentar una propuesta; de lo complicado que es lograr objetivos sin dar ni un paso y de que en la cafetería el camarero se muestra poco servicial en cuanto se le pide algo tan sencillo como media tostada integral de la parte de abajo que lleve poca mantequilla y bastante mermelada con un café cargado, mitad de leche desnatada muy caliente y sacarina. Eso sí, que no se te ocurra pedirle a este “selecto” cliente que te pase la aceitera porque te responderá que podrías acercarte tú mismo a cogerla.
Obviamente esas situaciones las vemos con claridad en otros… pero, ¿qué ocurre si somos nosotros los que estamos inmersos en plena escalada de quejas? Argumentaremos con mil pretextos que simplemente nos estamos expresando porque necesitamos desahogarnos. Es posible. Sin embargo, ¿ponemos algún límite? ¿O seguimos buscando almas caritativas sobre las que volcar una y otra vez la misma historia sin ningún otro objetivo que quejarnos? ¡Ojo! La queja privada sin más, no sirve para nada. No obstante, que no se les ocurra decirnos que damos vueltas en círculo al asunto, porque entonces les enfocaremos con nuestra particular linterna emocional y subiremos un escalón más criticándolos porque no nos entienden… Y, para colmo, el problema seguimos sin resolverlo. ¡Claro! ¡Si es que el trabajo, el jefe, los hijos, la pareja, los objetivos y el camarero son los causantes de nuestro inmenso malestar! Es evidente que somos víctimas, ¿no?
Pues tal vez no, aunque nos sentimos así. ¿Te has parado a pensar sobre cómo estamos contribuyendo a mantener ese sentimiento? ¿A determinar cuál es nuestro grado de permisividad? ¿A identificar qué es lo que sentimos o cómo actuamos? Y lo que es —si cabe— más importante, ¿estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos para solucionarlo?
Sin duda, la clave para combatir este mal que nos ha afectado o nos afectará a todos en alguna ocasión, es ejercer la responsabilidad. Acción en estado puro que redirija el rumbo que llevamos.
Es cierto, que cambiar algunas realidades puede no estar al alcance de nuestras manos, o no del modo en lo estamos haciendo o no en este momento.  A pesar de ello, aún guardamos un as bajo la manga. Un elemento mágico que nos pertenece de modo exclusivo y que está siempre a disposición: la actitud. Es decir, que pese a las circunstancias, elegir nuestra actitud marcará la diferencia en el cómo las experimentamos.

Cuestionar forma parte del aprendizaje, así que, si  algo no nos funciona… ¿para qué seguir utilizándolo?


miércoles, 12 de julio de 2017

Tras las agujas del reloj

“¡Dios mío, tarde, tarde! ¡Qué voy a llegar tarde!” ¿Quién no se ha sentido alguna vez como el Conejo Blanco de Alicia en el país de las Maravillas corriendo sin aliento tras su reloj de bolsillo, sin saber realmente hacia dónde va?
Nos agobiamos, nos estresamos, hacemos lo humanamente posible, nos damos prisa por llegar a todos sitios… Un día la vida nos detiene, la mayoría de las veces de golpe y a nuestro pesar, con el objetivo de que comencemos a plantearnos… y todo esto, ¿hasta cuándo? ¿Por qué? Y, sobre todo, ¿para qué?
Entonces, en ese impás, entendemos que la vida es tiempo y que ir a toda velocidad tras ella nos hace olvidar que el presente es un regalo que sólo ahora podemos disfrutar y que sólo nosotros conocemos cómo queremos invertirlo… o gastarlo. Es curioso que siendo el tiempo nuestro recurso vital, la mayoría no hayamos aprendido a gestionarlo. Y es que para eso hay que saber priorizar, como decía Steven Covey: “Que lo importante sea lo más importante”. El problema surge cuando todo nos parece igual de importante y somos incapaces de decidir.
Si nos quedamos ahí, seguiremos acelerados. Y sin darnos cuenta, acabaremos derrapando a toda prisa frente a la mesa del Sombrerero Loco en la fiesta de nuestro “no cumpleaños” mientras éste destripa nuestro reloj y “diagnostica” que lleva retraso. De modo, que lo más sensato sería aprovechar estos valiosos minutos en los que te has detenido a leer. Regálate un momento para pensar sobre lo que de verdad quieres en tu vida, lo que necesitas, lo que te hace feliz y lo que te llena de energía. Ahora, de todo lo que haces día tras día, ¿qué te acerca al logro de estas metas? ¿Cuáles te alejan? ¿Es imprescindible que todas esas actividades las hagas tú? ¿Cuáles podrías organizar en tu agenda a lo largo de la semana? ¿Las consecuencias de no realizarlas afectan a tus objetivos profesionales o relaciones personales? ¿Tienes bajo control tus principales distractores? ¿Te respetas respetando tu tiempo?
En algunas ocasiones, no somos conscientes de que colmamos nuestro tiempo con millones de actividades con las que, en realidad, tratamos de paliar vacíos de forma inefectiva. Porque nos hemos acostumbrado a sentirnos vivos, a considerarnos útiles, importantes o valiosos solamente cuando hacemos, aunque sea sin un propósito claro y nos esté costando la salud o las relaciones. Esa falta de tiempo “intencionada” nos impedirá que reflexionemos sobre las carencias que nos están llevando a sobrecargarnos sin darnos ni un respiro. Así que, atención.

Y colorín, colorado el tiempo de este post ha terminado.


miércoles, 5 de julio de 2017

El cambio empieza en ti

Inesperado. Incómodo. Inseguro. Imprevisible. Impopular. Ineludible. A veces indeseado; pero siempre, constante, retador, regenerador y necesario.
Así es el cambio en nuestra vida, y es más, la propia vida es cambio. Porque cuando ya no hay cambio… tampoco hay vida. ¿No crees?
Es cierto que no todos los cambios tienen la misma relevancia, ni el mismo peso, ni las mismas consecuencias. Sin embargo, les tememos tanto que incluso pequeñas modificaciones podemos interpretarlas como molestos trastornos. Seamos sinceros/as, a quién no le ha inquietado un corte de pelo demasiado atrevido; o que nos desvíen de nuestro camino habitual para ir a trabajar; que renueven el programa informático o método de trabajo con el que nos movíamos como “pez en el agua”; o que publiquen una nueva normativa que nos atañe. Si no me crees…prueba a cruzar los brazos. ¿Hecho? Ahora intenta dejar por debajo el brazo que cruzaste por arriba. Resultado: o no te sale o te sientes raro/a. No te preocupes, si continúas intentándolo lo lograrás sin problema. Todos los ejemplos mencionados hasta ahora, son meramente anecdóticos. Lo sé. Pero son útiles para entrar en situación: ¿puedes imaginar la magnitud con la que vivimos los cambios que afectan a la salud, situación laboral, lugar de residencia, relaciones personales…?
Pensar que ninguno de esos cambios es buscado, sino que nos son impuestos desde fuera y simplemente los padecemos, podría explicar en un primer término nuestro malestar. La lógica nos diría, en este caso, que cuando el giro sea deseado, todo será un camino de rosas. Desafortunadamente, la experiencia nos demuestra que el deseo del cambio es necesario aunque no suficiente para que éste suceda. ¿Cuántas veces hemos querido hacer algo nuevo y no nos hemos atrevido? ¿Y cuándo la situación era dolorosa y la hemos mantenido por tiempo indefinido sin hacer nada al respecto? ¿Y qué me dices de aquellos momentos en los que, a pesar de tenerlo todo a favor, nos resistimos como “gato panza arriba” a avanzar un paso más? Parece un sinsentido, ¿verdad?
En mi opinión, la clave para empezar el cambio desde cada uno/a de nosotros/as mismos/as es la emoción, la actitud y la responsabilidad con la que afrontemos las novedades, las crisis y, en definitiva, las transformaciones, que son el nivel más profundo y duradero de evolución.
Es muy posible que nos acompañe el miedo —pero no temas— no es más que una señal para mantenernos en alerta y atentos/as a lo que ocurre para aprender rápido. Si además mantenemos una actitud positiva, nos estaremos enfocando en la solución en lugar de fijarnos sólo en el problema. Y completaremos el círculo si conquistamos el timón haciendo uso de nuestra libertad de elección para tomar una acción.

Recuerda: Si tú cambias, todo cambia. ¿Lo has probado?


miércoles, 28 de junio de 2017

Decidir con el corazón.

Tomar el camino correcto, a veces, no es una tarea fácil. Debemos buscar información suficiente; considerar los pros y los contras; los beneficios y perjuicios para nosotros o para terceros valorando las consecuencias y el precio a pagar. Y toda decisión tiene su coste… Si vas a posponerla, ¡cuidado con los intereses de demora, que toda financiación tiene su recargo!
Al tener que barajar tal cantidad de datos, tendemos a dar la completa potestad a nuestro intelecto. ¡Quién mejor que nuestra parte racional, objetiva, calculadora, aséptica, inteligente…, para llevar a cabo tan ardua tarea! Evidentemente, después de tomarnos nuestro tiempo llegamos a una conclusión que estimamos viable y planificamos una acción. Hasta aquí todo bien, la evolución nos ha dotado de un sistema moderno de procesamiento de la información que nos perfecciona como especie. Sin embargo, se nos olvida un detalle importante: Nuestro cerebro emocional también participa. Estaba allí antes y ha contribuido a nuestra supervivencia. Por algo será…
Para ser eficaces a la hora de hallar la decisión más adecuada sobre un asunto importante que nos atañe, es imprescindible que primero seamos conscientes de si elegimos u optamos. Cuando optamos, descartamos alternativas que no deseamos y nos quedamos con la que nos genera un malestar menor. Por el contrario, en el momento que elegimos ejerciendo nuestra responsabilidad, ponemos el énfasis en la ruta que nos conduce hacia dónde nosotros queremos ir. La clave para determinar si elegimos u optamos podemos encontrarla en una pregunta sencilla y compleja a la vez: ¿Estoy jugando para ganar o para no perder? La actitud con la que afrontemos esta dicotomía, nos llevará a incluir en nuestra ecuación emociones muy diferentes: la alegría de un posible triunfo o el miedo a un potencial fracaso.
Si prestas atención, en cualquiera de los dos casos, no nos centramos únicamente en los datos y la información objetiva que tenemos a nuestra disposición y que maneja la lógica. Estamos imaginándonos cómo nos sentiremos tras dar o no un paso concreto. ¡Y vaya si nos lo imaginamos! De hecho, ¿quién no ha sentido un nudo en la garganta o en el pecho al sopesar diferentes rumbos de acción? ¿Y un “revoloteo” de ilusión en nuestro estómago? Esto también es inteligencia. Inteligencia Emocional.
Es posible que nuestras decisiones en ciertas circunstancias sean juzgadas por otros como irracionales, fuera de toda lógica o menospreciadas por mostrar cierto tinte emotivo. En estos casos, no puedo resistirme a citar al físico, matemático y también filósofo y escritor Blaise Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Yo lo pienso de corazón ¿Y tú?


miércoles, 21 de junio de 2017

El poder del no.

¿No te parece que en ocasiones decir “no” a algo o a alguien se nos hace lo más difícil del mundo?
Parece como si una fuerza superior nos obligase a estar disponibles para todo y para todos en cualquier momento, incluso aunque sintamos en nuestro foro interno que vulneramos nuestros propios deseos, necesidades o, más aún, valores. Entregamos nuestro tiempo; aquel bien tan escaso que nos habíamos prometido dedicar a nuestro proyecto, a nuestro descanso, a aquello que queríamos hacer, postergando todo eso para dar respuesta —primero— a los intereses de otros. Luego, nos repetimos como un eco que a nadie le importa si podíamos o no; que no tenemos ni un minuto para ocuparnos de nada de lo que verdaderamente nos importa; que los demás no son conscientes de cuando sus peticiones nos provocan malestar por inoportunas. Ahora, para y pregúntate: ¿Me importaba yo lo suficiente como trazar mi límite?
Curiosa la respuesta, ¿no?
Es muy probable que nos comportemos así porque nos parezca que al dar una negativa estamos rompiendo la máxima regla de cortesía, respeto y educación. Quizás así nos lo han enseñado. Bien… ¿Y dónde quedamos nosotros en esta ecuación?
Cuando damos respuesta a aquello que nos solicitan, estamos indicando con nuestra acción cuáles son, en ese momento nuestras prioridades, pero ¿lo hacemos desde la honestidad o luego aparecerá la queja? No quiero decir con esto que digamos “no” por sistema, pero sí cuando ello esté poniendo en tela de juicio nuestro propio bienestar emocional. Aprender a decir “no” es una habilidad básica, una muestra de respeto propio que aumenta nuestra autoestima, demostrándonos que el poder de la decisión está en nuestras manos y que si alguien resulta molesto tras conocerla, eso sin más remedio, quedará de su cuenta.
Esto último es muy interesante porque nos abre otra cuestión relevante: ¿sabemos recibir un “no”? Andamos preocupados dando siempre un “si” a toda costa, “protegiendo” los derechos de otros a pedirnos y sorprendentemente… ¡A veces nos dicen que no!

Y volveremos a lamentarnos si no hemos asimilado que los límites existen, que cada persona es responsable de marcar los suyos propios y de darlos a conocer cuidando, eso sí, la relación que los une. Por este motivo, es fundamental que escuchemos sin extrañeza desde nuestra más tierna infancia cómo nos dicen un adecuado y oportuno “NO”. Es cierto que puede tratarse de un “no ahora” o un “no así” pero, en cualquier caso, nos preparará para la vida, esa aventura dónde para recibir un “sí” has debido aprender a saborear algunos o muchos amargos “noes”. ¿No es cierto?







miércoles, 14 de junio de 2017

Jugando al escondite

Noventa y ocho, noventa y nueve y cien. Y quién no se haya escondido, tiempo ha tenido”. ¿Recuerdas cuando te ocultabas tras los árboles para que no te encontraran? Nadie quería “quedársela” y tener que ser el único en ejercer el arduo trabajo de contar, buscar, correr y descubrir a los que hábilmente trataban de reducir su visibilidad. ¿Por qué nos enseñaron que aquel papel de protagonista activo no era agradable ni deseado? Si no me falla la memoria, ganaba el que no era visto, pasaba desapercibido, era sigiloso y permanecía quieto. Esto le suponía la “ventaja” de volver a desaparecer al comenzar de nuevo. A veces, podía ocurrir que el resto se olvidasen y se marchasen a otro lugar para continuar con otros menesteres, dejando sin resolver el secreto de su escondrijo. Lástima. Con tal celo se había ocultado, que ninguno se había percatado de su ausencia. Doloroso. ¿Es posible que continuemos este juego de mayores? ¿Qué simplemente nos quedemos esperando a que nos vean? ¿Te has descubierto alguna vez buscando la invisibilidad en tu vida, en tu familia o en tu trabajo?
Tal vez no lo hayamos hecho de forma consciente, pero convendría examinarnos. Por ejemplo, ¿cuántas veces hemos callado la autoría de un trabajo bien hecho y hemos permitido que otros se atribuyan el mérito? O ¿qué ha sucedido cuando no hemos dado un paso adelante para manifestar nuestra opinión en una reunión con familiares, compañeros de trabajo o jefes aún sabiendo que estábamos en lo cierto y hablar hubiese supuesto un beneficio mutuo? Y, ¿qué me dices de rechazar una buena propuesta porque ello significaba exponernos en público o tener que prepararnos en alguna temática que en ese momento no conocíamos? Exacto, de mayores seguimos jugando. La cuestión, es que si continuamos con este pasatiempo es sencillamente porque algo ganamos, por eso lo mantenemos. Nuestros juegos son formas de obtener beneficios aparentes. Esto es, por ejemplo, lograr el que otros realicen por nosotros aquello que nos abruma; permanecer tranquilos/as en nuestra zona de confort; poder quejarnos sin hacer nada y que los demás nos compadezcan…Piénsalo.

Estas conductas que nos funcionaron en el pasado, actualmente son altamente ineficaces ya que entorpecen nuestro avance, nuestro desarrollo personal y profesional. Y seguro que lo has comprobado, pero continúas jugando… Porque se olvidaron de enseñarnos que ser visible no quiere decir ser más que nadie. Que demostrar nuestro talento y compartirlo con otras personas aceptando con humildad que todavía nos queda por aprender, no es un signo de debilidad sino de tremenda valentía. Que ser protagonista de tu vida es el mejor papel que podrías desempeñar y que sólo puedes hacerlo tú porque para eso has venido. Además, si lo interpretas con gusto, podrás encontrar a aquellos que aún esperan, hacerles visibles e impulsarles para que se atrevan a revelar su verdadera identidad, todo lo que tienen y lo que pueden dar de sí. ¿Te imaginas qué misión? Si lo reconsideras de nuevo, es posible que ahora te sientas con ganas de “quedártela”. Si es así, es que habrás comprendido que tu responsabilidad y tu acción es la que crea tu destino y trasciende a los demás. Yo, hoy decido, que me la quedo.