Suena el teléfono, cuelgas y tienes ya dos
llamadas perdidas. Te llegan ciento cuarenta y siete wasaps de un grupo. Acabas de recibir diez correos electrónicos, mientras
consultabas las últimas noticias, la previsión meteorológica y verificabas las
cinco notificaciones de Facebook justo antes de comenzar una reunión. Tienes la televisión encendida y tratas de hojear el
último libro que te has comprado a la vez que piensas lo que vas a preparar de
comer, respondes a lo que acaba de preguntarte tu pareja, tu hijo o tu madre y
oyes el timbre de la puerta. ¿Y todavía te extrañas de tu falta de
concentración?
Todas estas situaciones no son más que un pequeño ejemplo
de la gran cantidad de esfuerzo diario que debemos realizar para repartir
nuestra capacidad de atención. Las
nuevas tecnologías nos han proporcionado grandes y numerosos avances pero, como
contrapartida, son un elemento más que entra a competir por robarnos la
atención. Sin duda, la atención es un recurso tan valioso como escaso dada la
cantidad de estímulos que nos bombardean a diario. Sin ella difícilmente
podremos realizar un verdadero aprendizaje
o centrarnos en un objetivo o, ser conscientes de cómo nos sentimos. Y este es
un punto importante, de modo que si perdemos la propia autoconsciencia iremos con el piloto automático, o peor, como barco
sin timón. Si no prestamos atención a las señales corporales, es posible que
cuando queramos darnos cuenta, ya tengamos un problema grave, físico o
psicológico. Si no prestamos atención a las señales sociales e interpersonales,
con toda seguridad acabaremos dañándolas o tal vez, incluso, rompiéndolas. Y si no prestamos suficiente atención a la
vida, probablemente pase por delante de nuestros ojos y para cuando decidamos
abrirlos sea demasiado tarde.
Afortunadamente, la
capacidad atencional podemos entrenarla, mejorarla y fortalecerla para evitar
así que nos la “roben” por las buenas. Técnicas como Mindfulness o la Meditación guiada nos pueden facilitar su manejo, nos
ayudarán a impedir que nos perdamos entre “cantos de sirenas” y naveguemos sin
sentido durante horas en un mar de pensamientos embravecidos. Saber dirigirla
nos convertirá en “capitanes del navío”.
En el caso de que quieras empezar cuanto antes y no sepas
por dónde, comienza por observar tu respiración:
¿Es profunda o superficial? ¿Lenta o agitada? ¿Notas cómo cambia ante una
emoción? Cuando te sientes estresado/a ¿Cómo es? Experimenta.
Regálate momentos atentos, de eso está hecha la vida y la
llegada al nuevo mundo… se inicia con una primera respiración.
Y tú, ¿tripulas tu barco hacia el faro o te pierdes contando
las olas?