jueves, 9 de noviembre de 2017

Atención, Atención

Suena el teléfono, cuelgas y tienes ya dos llamadas perdidas. Te llegan ciento cuarenta y siete wasaps de un grupo. Acabas de recibir diez correos electrónicos, mientras consultabas las últimas noticias, la previsión meteorológica y verificabas las cinco notificaciones de Facebook  justo antes de comenzar una reunión.  Tienes la televisión encendida y tratas de hojear el último libro que te has comprado a la vez que piensas lo que vas a preparar de comer, respondes a lo que acaba de preguntarte tu pareja, tu hijo o tu madre y oyes el timbre de la puerta. ¿Y todavía te extrañas de tu falta de concentración?
Todas estas situaciones no son más que un pequeño ejemplo de la gran cantidad de esfuerzo diario que debemos realizar para repartir nuestra capacidad de atención. Las nuevas tecnologías nos han proporcionado grandes y numerosos avances pero, como contrapartida, son un elemento más que entra a competir por robarnos la atención. Sin duda, la atención es un recurso tan valioso como escaso dada la cantidad de estímulos que nos bombardean a diario. Sin ella difícilmente podremos realizar un verdadero aprendizaje o centrarnos en un objetivo o, ser conscientes de cómo nos sentimos. Y este es un punto importante, de modo que si perdemos la propia autoconsciencia iremos con el piloto automático, o peor, como barco sin timón. Si no prestamos atención a las señales corporales, es posible que cuando queramos darnos cuenta, ya tengamos un problema grave, físico o psicológico. Si no prestamos atención a las señales sociales e interpersonales, con toda seguridad acabaremos dañándolas o tal vez, incluso, rompiéndolas.  Y si no prestamos suficiente atención a la vida, probablemente pase por delante de nuestros ojos y para cuando decidamos abrirlos sea demasiado tarde.
Afortunadamente, la capacidad atencional podemos entrenarla, mejorarla y fortalecerla para evitar así que nos la “roben” por las buenas. Técnicas como Mindfulness o la Meditación guiada nos pueden facilitar su manejo,  nos ayudarán a impedir que nos perdamos entre “cantos de sirenas” y naveguemos sin sentido durante horas en un mar de pensamientos embravecidos. Saber dirigirla nos convertirá en  “capitanes del navío”.
En el caso de que quieras empezar cuanto antes y no sepas por dónde, comienza por observar tu respiración: ¿Es profunda o superficial? ¿Lenta o agitada? ¿Notas cómo cambia ante una emoción? Cuando te sientes estresado/a ¿Cómo es? Experimenta.
Regálate momentos atentos, de eso está hecha la vida y la llegada al nuevo mundo… se inicia con una primera respiración.

Y tú, ¿tripulas tu barco hacia el faro o te pierdes contando las olas?


jueves, 2 de noviembre de 2017

Del grano a la montaña

¿Has pensado alguna vez cuantos granos de arena se necesitarían para formar una montaña? Al ser humano, a veces, con uno sólo le basta. Hay ocasiones en las que un incidente, conversación, pensamiento o suposición es capaz de generar un incómodo malestar y provocar, incluso, un considerable sufrimiento… Y aún más, puede desatar la imaginación sobre consecuencias negativas del mismo, ocasionando desazón por algo que aún no ha ocurrido y que tal vez, ni siquiera ocurra, o no de esa forma. ¿Exagero?

A pesar de su apariencia ilógica, este tipo de actuaciones parece tener alguna finalidad, por lo que cabe plantearse una serie de cuestiones: ¿Cuál es el objetivo de este desasosiego? ¿Realmente nos ayuda a prepararnos ante el futuro suceso?  ¿Qué hay entre el hecho real y sus efectos? Vayamos por partes. En primer lugar, y por cuestiones de supervivencia, nuestro cerebro busca seguridad, tener el control de la situación. Para ello, tratará de anticipar respuestas a eventos que, entendemos, puedan atentar contra nuestra integridad física y/o emocional, y su forma de movilizar para la acción es producir la suficiente “molestia” como para ponernos en marcha y cambiar el rumbo. Esto se complica cuando en lugar de tomar la acción oportuna y adecuada —si fuese el caso— bien porque no sabemos cómo actuar, tememos hacerlo o bien porque no depende de nosotros, optamos por mantener el supuesto problema en un plano puramente mental. El resultado de esta falta de acción es lo que puede llevarnos a “rumiar” una y otra vez pequeños detalles haciendo que centremos en ellos gran parte de nuestra atención; lo que a su vez les irá dotando de mayor importancia y espacio a nivel cognitivo. Si además es algo sobre lo que no tenemos experiencia previa, le sumaremos el temor a lo desconocido. En este punto es dónde cobra especial relevancia la respuesta a la última pregunta: Entre el acontecimiento y su repercusión se encuentra la propia interpretación de lo que nos sucede, y dependiendo de cómo sea emitiremos una respuesta ajustada a la magnitud del hecho o una reacción inefectiva y desproporcionada presente y futura. Por lo tanto, es crucial que nos detengamos a analizar dicha interpretación, el estado emocional en el que nos encontramos y si caben otras posibilidades o perspectivas más favorables; teniendo en cuenta los hechos, observándolos de forma más objetiva y con la distancia necesaria. Esta manera de proceder nos ahorrará quebraderos de cabeza inútiles, tiempo de vida y recursos personales que sin duda serán más productivos si aprendemos a optimizarlos otorgando a cada acontecimiento la importancia que merece en su justa medida, tomando las acciones oportunas cuando sea necesario o “limpiando nuestras gafas” de contemplar realidades. De lo contrario, vivir puede convertirse en toda una intransitable sucesión de cordilleras “granuladas”.

Piensa, ¿qué sueles encontrar en tu travesía?