jueves, 26 de octubre de 2017

Sobre hábitos y monjes

De todos es bien sabido un conocido dicho que afirma que  “el hábito no hace al monje”. Sin embargo, y dejando de lado cualquier connotación religiosa, puede que sea cierto, solo en parte.
El citado aforismo trata de instruirnos sobre la importancia de no juzgar a nadie por su apariencia física, por su aspecto o vestimenta, ya que puede llevarnos a  extraer conclusiones equivocadas sobre las personas. Y, sin darnos cuenta, el propio comportamiento para con ellas también estará sujeto o condicionado por esa opinión, tal vez inexacta, que hemos creado. Es obvio que se trata de una estrategia de simplificación por parte de nuestro cerebro dirigida a darnos seguridad. A nuestra mente llega diariamente tanta información en tan poco tiempo, que solemos optar por quedarnos con aquello que nos resulta más relevante a primer golpe de vista. Pero no nos detenemos ahí, con esos datos procedemos a juzgar y emitir una sentencia sobre como es y se comportará una persona.  Es muy posible que nos encontremos con personas vestidas de forma humilde y tomemos las oportunas precauciones porque deducimos que nos robarán en cuanto tengamos un descuido; y que, sin embargo, la experiencia nos lleve a toparnos con gente refinada que, para nuestra sorpresa, resulta ser muy amiga de lo ajeno. Intuyo que es principalmente esta la enseñanza sobre la que trata de advertirnos la cita con la que comenzamos el post.
Ahora viene la otra parte. ¿Cómo se hace el “monje” si no es con el hábito? Obviamente con el término “monje” no me estoy refiriendo solamente a aquel individuo solitario y sabio que dedica su tiempo a servir, orar o a la vida contemplativa. Me refiero también a la persona y al profesional, de cualquier ámbito, que cada uno de nosotros ha llegado a ser. Por supuesto, con el concepto “hábito” tampoco hablo de la vestimenta, sino del comportamiento que repetido día tras día de forma constante automatiza nuestros actos. En otras palabras, son acciones que han alcanzado un nivel de aprendizaje tal, que ya no requieren de atención consciente para ejecutarlas de forma eficaz. Lo cual no significa que siempre sean efectivas ni que contribuyan a hacernos más felices. Cabe que nos cuestionemos entonces, ¿cómo son mis hábitos? ¿Son saludables? ¿Favorecen mi bienestar físico, psicológico y emocional? ¿Me acercan a mi ideal de persona o de profesional? ¿Y a mis objetivos? ¿Para qué hago lo que hago? ¿Están alineados con mis valores fundamentales? Y, si no me benefician, ¿qué “cadena” me obliga a mantenerlos? Si la mayoría de tus respuestas a estas preguntas acerca de tus hábitos son negativas… Piensa sobre ello, ¿a qué esperas para cambiarlos?
Después de todo lo dicho,  parece claro que “el hábito no hace al monje” pero, sin duda alguna, “el auténtico monje lleva consigo buenos hábitos”.
¿Sabes cuales son los tuyos?


jueves, 19 de octubre de 2017

Maestros

Estoy convencida de que a estas alturas de tu vida ya habrás tenido unos cuantos. Es más que probable que pienses que si hemos tenido la oportunidad de ir a la guardería o al colegio nos habremos topado con sus enseñanzas. Sin embargo, con el término “maestros” no me estoy refiriendo solo a los docentes que nos impartieron materias como matemáticas, ciencias, lengua o cualquier otra asignatura al uso. En esta ocasión hago alusión a cualquier  persona o suceso que se cruza en nuestra vida para revelarnos algo importante; aunque no siempre nos resulte agradable. Cuando esto sucede,  solemos comenzar a quejarnos, a juzgar y calificar la situación como algo negativo y, sobre todo si experimentamos cierto malestar en el proceso, nos preguntamos incesantemente ¿por qué me tiene que pasar a mí?”. Pero raras veces, ponemos el foco en el aprendizaje y en quién nos convertiremos tras vivir y trascender la experiencia.
Estos particulares “maestros” no necesitan titulación para ejercer. No se dedican a dar clase, ni tutoría, ni corrigen exámenes. Ni siquiera tienen una clase; de hecho si la tuviesen, cada alumno/a aprendería sobre un tema diferente. Y lo mejor de todo es que en la mayoría de los casos, ni siquiera son conscientes de que son (o podemos ser) maestros. A veces pueden hacer que —sin contemplaciones— despertemos dándonos de bruces contra el suelo. Con ellos descubriremos, a pesar del dolor, hasta dónde somos capaces de llegar sin desfallecer apelando a la propia fortaleza humana. Otros, por su parte, nos mueven con su ejemplo, sus palabras y nos inspiran a ser alguien mejor. Hay quienes nos conducen con amabilidad y firmeza hacia horizontes que al principio parecían inexpugnables. En su presencia, ese sendero compartido es como un Camino de Santiago; una ruta transitada con esfuerzo, perseverancia y disfrute sereno. También hay momentos en los cuales  los “maestros” vienen disfrazados de circunstancias, y serán ellas las que nos pondrán a prueba: un nuevo reto laboral, un despido, una enfermedad, un conflicto, un desengaño, una ruptura, una pérdida importante…
En cualquiera de los casos, sus lecciones serán poderosas si sabemos cómo aprovecharlas; para ello, en primer lugar deberemos averiguar cuál es el saber que pretende mostrarnos, ya que será justo el que necesitamos conocer en ese momento, ni antes ni después. Por ello, sin duda, «el maestro aparece cuando el alumno está preparado». Es entonces cuando la queja y el lamento acerca de lo que padecemos desaparecen y se transforman en curiosidad. Los juicios y sentencias se convierten en pregunta: ¿Qué puedo aprender de todo esto para crecer?
Llegados a este punto, me atrevo a cerrar con una última cuestión, ¿te has planteado cómo sería la vida sin desafíos que pongan a prueba nuestros talentos, que nos lleven a conocernos con más profundidad y a desarrollar nuevas estrategias para afrontarlos?

Gracias a todos mis maestros. Gracias a todos, mis “maestros”.


jueves, 12 de octubre de 2017

Locos por el trabajo

El trabajo más productivo es el que sale de las manos de una persona contenta”. Esta fue una de las citas célebres que nos dejó Victor Pauchet, reconocido cirujano francés cuya maestría y excelencia proporcionaron importantes innovaciones en el campo de la cirugía del siglo XX. Tratándose de un hombre de ciencia y un profesional cuyas manos son claves como herramienta de precisión, me llama poderosamente la atención que relacione la productividad en el trabajo con el estado de ánimo.
Creo interesante exponer este tema ya que —aunque parezca increíble— en pleno siglo XXI, aún quedan gerentes, empleadores, empresarios, mandos intermedios y encargados de equipos, que parecen no tener en cuenta la sabia reflexión con la que comienzo el post. En lugar de ello, de construir relaciones que favorezcan ambientes dónde las personas puedan aportar con ilusión y compromiso lo mejor de sí mismas en su puesto de trabajo; utilizan el miedo, la amenaza, la sanción, la coacción, el control disfrazado de supervisión junto con una buena porción de nefasta comunicación; que no hacen sino sembrar desánimo, angustia y temor que acabarán degenerando en más y mayores errores acompañados de una caída en la productividad. Últimamente he leído algunos artículos que hablan sobre el hecho de que las empresas no tienen por qué hacer felices a sus trabajadores, y estoy de acuerdo en que no debemos dejar nuestra capacidad para ser felices en manos ajenas. Lo que no comparto es que se utilice esta premisa como escudo tras el que parapetarse y mantener hábitos gerenciales anticuados, desalentadores y contraproducentes, tanto para la salud mental de los empleados, como para la cuenta de resultados de la organización. Tal vez con modificar “eso” que contribuye a desmotivar sería suficiente… ¿A quién le apetece involucrarse y dedicarse no solo en cuerpo (presencia) sino también en alma (amor) a un proyecto, si siente miedo y aversión al solo hecho de pensar que tiene que reunir todas sus energías para superar la jornada de trabajo? Dediquemos unos minutos a pensar en ello.
Para desempeñar funciones de responsabilidad sobre personas, no basta con el conocimiento técnico. Es imprescindible entrenar las competencias personales: comunicación, empatía, resolución de conflictos, trabajo en equipo. En definitiva, desarrollar la inteligencia emocional y aplicarla también en el ámbito laboral. Porque es cada vez más la gente con gran talento la que me plantea que estarían dispuestos a cambiar su trabajo, a asumir el riesgo de montar un negocio o, incluso, que aunque el hecho de estar en desempleo es una situación económica no deseada para la mayoría, en ocasiones, la cambiarían por el sufrimiento y desgaste emocional que llegan a experimentar en sus puestos. La pregunta que se hacen es: ¿Compensa? Está claro que trabajamos y a cambio recibimos un pago por nuestros servicios, pero ejercer nuestra labor con excelencia, desde el compromiso, necesita de una cultura y ambiente sanos para que pueda florecer.

Mi pregunta, sobre todo para aquellos que tengan personas bajo su mando, y volviendo al protagonista del post de hoy, Victor Pauchet, es: Teniendo en cuenta lo leído hasta aquí, ¿cómo te gustaría que fuese el director de tu cirujano?




jueves, 5 de octubre de 2017

Ruedas pinchadas

A cualquiera le puede pasar, pero estoy segura de que no cogerías tu vehículo sabiendo que tiene un pinchazo en la rueda. Sabes lo importante que es tener a punto tus neumáticos: te ofrecen un mayor rendimiento y ahorro de combustible, la conducción se experimenta suave y ligera y el frenado es más fiable, haciendo que la respuesta a imprevistos sea rápida, eficaz y segura. Por eso realizas revisiones periódicas. A pesar de ello, si durante la marcha notases que tu volante presenta cierta resistencia en la dirección o que se desvía hacia un lado más que hacia el otro, se despertarían tus sospechas de que algo no va bien y te detendrías inmediatamente. Por tu propio bien y por el de otras personas que también circulan compartiendo la carretera contigo. Pero, ¿qué tal llevas la “rueda de tu vida”? ¿Reduces tu velocidad y frenas para comprobar la “presión” o sigues esperando a que termine en “reventón”?
Tal vez pueda resultarte un poco extraña la comparativa entre la rueda de un coche y la tuya propia, pero déjame decirte que ambas necesitan estar en buenas condiciones para viajar; para llegar lejos, para alcanzar tu destino. En Coaching utilizamos esta herramienta para «tomar la temperatura» y conocer el punto de partida en el que te encuentras. Así, calibrando cuáles son tus necesidades en las diferentes áreas de tu vida puedo acompañarte para que averigües por dónde «escapa el aire de tu rueda», tomes acción y avances mayores distancias, con menos esfuerzo.
Es habitual que con las prisas del día a día pasemos por alto algunos detalles que nos van avisando. Pero, si nos acostumbramos a ignorar  las señales de nuestro particular ordenador de a bordo, sucederá lo inevitable: Sin saber cómo hemos llegado, estaremos parados en el arcén de nuestra existencia con la  «rueda» pinchada o reventada. Y claro, ahora toca detenerse a la fuerza y repararla, con los consiguientes costes de tiempo y esfuerzo personal. Porque de lo contrario, el desequilibrio en un área acabará afectando a las demás. Ante este panorama, estarás de acuerdo conmigo en que el mejor remedio es una buena prevención; una evaluación, un chequeo o una revisión periódica del estado de cada una de las esferas vitales: salud (física y psicológica), familia, amigos, trabajo, ocio, dinero, desarrollo personal y contribución a la sociedad; nos ayudará a detectar cuál debe ser nuestra prioridad y tomar medidas para restablecer un equilibrio saludable.
Es cuestión de responsabilidad, de tomar consciencia, de decidirse a actuar y, si es necesario, de pedir ayuda cuando advertimos que por más que rodemos no avanzamos o empezamos a intuir que nuestra «rueda», por alguna razón, no se encuentra en buen estado.

¿Has revisado últimamente las tuyas?