Estoy convencida de que a estas alturas de tu vida ya habrás
tenido unos cuantos. Es más que probable que pienses que si hemos tenido la oportunidad
de ir a la guardería o al colegio nos habremos topado con sus enseñanzas. Sin
embargo, con el término “maestros” no me estoy refiriendo solo a los docentes
que nos impartieron materias como matemáticas, ciencias, lengua o cualquier
otra asignatura al uso. En esta ocasión hago alusión a cualquier persona
o suceso que se cruza en nuestra vida para revelarnos algo importante;
aunque no siempre nos resulte agradable. Cuando esto sucede, solemos comenzar a quejarnos, a juzgar y
calificar la situación como algo negativo y, sobre todo si experimentamos cierto
malestar en el proceso, nos preguntamos incesantemente “¿por qué me tiene que pasar a mí?”. Pero raras veces, ponemos el foco en
el aprendizaje y en quién nos
convertiremos tras vivir y trascender la
experiencia.
Estos particulares “maestros” no necesitan titulación
para ejercer. No se dedican a dar clase, ni tutoría, ni corrigen exámenes. Ni
siquiera tienen una clase; de hecho si la tuviesen, cada alumno/a aprendería
sobre un tema diferente. Y lo mejor de todo es que en la mayoría de los casos,
ni siquiera son conscientes de que son (o podemos ser) maestros. A veces pueden
hacer que —sin contemplaciones— despertemos dándonos de bruces contra el suelo.
Con ellos descubriremos, a pesar del dolor, hasta dónde somos capaces de llegar
sin desfallecer apelando a la propia fortaleza humana. Otros, por su parte, nos
mueven con su ejemplo, sus palabras y nos inspiran a ser alguien mejor. Hay
quienes nos conducen con amabilidad y firmeza hacia horizontes que al principio
parecían inexpugnables. En su presencia, ese sendero compartido es como un
Camino de Santiago; una ruta transitada con esfuerzo, perseverancia y disfrute
sereno. También hay momentos en los cuales los “maestros” vienen disfrazados de
circunstancias, y serán ellas las que nos pondrán a prueba: un nuevo reto
laboral, un despido, una enfermedad, un conflicto, un desengaño, una ruptura,
una pérdida importante…
En cualquiera de los casos, sus lecciones serán poderosas
si sabemos cómo aprovecharlas; para ello, en primer lugar deberemos averiguar
cuál es el saber que pretende mostrarnos, ya que será justo el que necesitamos
conocer en ese momento, ni antes ni después. Por ello, sin duda, «el maestro aparece cuando el alumno está
preparado». Es entonces cuando la queja y el lamento acerca de lo que
padecemos desaparecen y se transforman en curiosidad.
Los juicios y sentencias se convierten en pregunta: ¿Qué puedo aprender de todo
esto para crecer?
Llegados a este punto, me atrevo a cerrar con una última
cuestión, ¿te has planteado cómo sería la vida sin desafíos que pongan a prueba
nuestros talentos, que nos lleven a conocernos con más profundidad y a desarrollar
nuevas estrategias para afrontarlos?
Gracias a todos mis maestros. Gracias a todos, mis “maestros”.
Me a encantado le busco al dialogo todo lo bueno q me pueda aportar para seguir creciendo en horabuena. Gracias por ayudara ir entendiendo muchas insidenciasde la vida
ResponderEliminarGracias a ti, Ana. Ánimo en este camino de aprendizajes!!!
EliminarHasta el próximo post!