miércoles, 26 de julio de 2017

Rompiendo muros

Los hay altos y bajos. De ladrillo y de Pladur®. De carga y accesorios. De seguridad y defensivos. Sobrios y graffiteados. Provisionales y perpetuos. De contención y decorativos. Históricos y contemporáneos. Reales y virtuales. De los que recorren grandes distancias y de los que apenas ocupan un metro cuadrado. Y luego están los de nuestra propia cosecha: los “muros” mentales.
Al igual que los primeros, son fronteras que nos limitan; barreras que vamos construyendo piedra sobre piedra sin percatarnos de que más que mantenernos a salvo, impiden nuestro avance, crecimiento interior y apertura al mundo. Actúan reduciendo la visión del paisaje y, en la mayoría de los casos, van confinando el propio potencial al fondo de una prisión amurallada. Pero, ¿de qué poderoso material están hechas sus robustas paredes? ¿Hormigón? ¿Cemento armado? No, simplemente, creencias. Ideas que convertimos en verdades absolutas que raramente son refutadas. Es posible que estas ideas sobre quiénes somos, sobre el entorno y sobre los demás, aparecieran en momentos tempranos de nuestra existencia; tal vez cuando alguien relevante para nosotros volcó su falta de competencia emocional etiquetándonos de torpe o poco hábil o inútil… y le creímos. Quizás tuvimos una experiencia negativa producto de la inexperiencia y llegamos a la conclusión errónea de que nunca podríamos conseguirlo porque jamás seríamos lo suficientemente buenos. Probablemente escuchamos a personas temerosas que nos advirtieron de los peligros de abandonar la zona de confort y, sin dudarlo, dimos un paso atrás para alejarnos del “borde del precipicio”.
El problema es que esas creencias limitantes van creciendo a nuestra par — incluso podemos ir agregando nuevas— haciendo que estos “muros mentales” ganen terreno y nos resten espacio. Espacio para cuestionar su veracidad. Espacio dónde situar la libertad personal de elegir cómo queremos ser, actuar, experimentar, aceptar, aprender y para comprobar sobre qué mentiras o verdades se sostienen. Espacio para crecer y desarrollar los talentos escondidos. 
La buena noticia es que también tenemos el poder de derribarlas. Sí, y no solo eso, además, tenemos la capacidad de transformarlas una vez que las identificamos. Para ello, debemos comenzar por conocernos a nosotros mismos.
El autoconocimiento nos proporcionará los recursos que catapultaremos para romper los límites del “fortín” desde dentro. Adoptarán la forma de valores, hábitos, gestión emocional, creatividad, disciplina, esfuerzo, pasión, compromiso… En definitiva, serán nuestras fortalezas las que pondrán en cuestión la veracidad de lo que nos debilita. Será entonces cuando no nos dediquemos simplemente a colocar una creencia sobre otra sin orden ni concierto y sin antes determinar si nos encumbra o nos entierra. Decidir las creencias con las que edificaremos nuestro presente, directamente nos convierte, en arquitectos de nuestro destino.

Por cierto, ¿tú qué crees?





miércoles, 19 de julio de 2017

¡Esa queja no funciona!

Que levante el dedo del móvil o del ratón quién no se haya encontrado con personas que constantemente se quejan por todo: De lo mal que se encuentran en el trabajo y peor aún si no lo tienen; de la poca espera que tienen sus hijos mientras van agotando la escasa dosis de paciencia diaria antes de darles un bufido; de lo poco que les escucha su pareja a la vez que, sin apenas mirarte, teclean algo en su smartphone y asienten con la cabeza a tus comentarios como uno de esos perritos del salpicadero; de que no reciben el reconocimiento que —según su criterio— les corresponde, sabiendo que se dedican a hacer lo justo y nunca se han atrevido a presentar una propuesta; de lo complicado que es lograr objetivos sin dar ni un paso y de que en la cafetería el camarero se muestra poco servicial en cuanto se le pide algo tan sencillo como media tostada integral de la parte de abajo que lleve poca mantequilla y bastante mermelada con un café cargado, mitad de leche desnatada muy caliente y sacarina. Eso sí, que no se te ocurra pedirle a este “selecto” cliente que te pase la aceitera porque te responderá que podrías acercarte tú mismo a cogerla.
Obviamente esas situaciones las vemos con claridad en otros… pero, ¿qué ocurre si somos nosotros los que estamos inmersos en plena escalada de quejas? Argumentaremos con mil pretextos que simplemente nos estamos expresando porque necesitamos desahogarnos. Es posible. Sin embargo, ¿ponemos algún límite? ¿O seguimos buscando almas caritativas sobre las que volcar una y otra vez la misma historia sin ningún otro objetivo que quejarnos? ¡Ojo! La queja privada sin más, no sirve para nada. No obstante, que no se les ocurra decirnos que damos vueltas en círculo al asunto, porque entonces les enfocaremos con nuestra particular linterna emocional y subiremos un escalón más criticándolos porque no nos entienden… Y, para colmo, el problema seguimos sin resolverlo. ¡Claro! ¡Si es que el trabajo, el jefe, los hijos, la pareja, los objetivos y el camarero son los causantes de nuestro inmenso malestar! Es evidente que somos víctimas, ¿no?
Pues tal vez no, aunque nos sentimos así. ¿Te has parado a pensar sobre cómo estamos contribuyendo a mantener ese sentimiento? ¿A determinar cuál es nuestro grado de permisividad? ¿A identificar qué es lo que sentimos o cómo actuamos? Y lo que es —si cabe— más importante, ¿estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos para solucionarlo?
Sin duda, la clave para combatir este mal que nos ha afectado o nos afectará a todos en alguna ocasión, es ejercer la responsabilidad. Acción en estado puro que redirija el rumbo que llevamos.
Es cierto, que cambiar algunas realidades puede no estar al alcance de nuestras manos, o no del modo en lo estamos haciendo o no en este momento.  A pesar de ello, aún guardamos un as bajo la manga. Un elemento mágico que nos pertenece de modo exclusivo y que está siempre a disposición: la actitud. Es decir, que pese a las circunstancias, elegir nuestra actitud marcará la diferencia en el cómo las experimentamos.

Cuestionar forma parte del aprendizaje, así que, si  algo no nos funciona… ¿para qué seguir utilizándolo?


miércoles, 12 de julio de 2017

Tras las agujas del reloj

“¡Dios mío, tarde, tarde! ¡Qué voy a llegar tarde!” ¿Quién no se ha sentido alguna vez como el Conejo Blanco de Alicia en el país de las Maravillas corriendo sin aliento tras su reloj de bolsillo, sin saber realmente hacia dónde va?
Nos agobiamos, nos estresamos, hacemos lo humanamente posible, nos damos prisa por llegar a todos sitios… Un día la vida nos detiene, la mayoría de las veces de golpe y a nuestro pesar, con el objetivo de que comencemos a plantearnos… y todo esto, ¿hasta cuándo? ¿Por qué? Y, sobre todo, ¿para qué?
Entonces, en ese impás, entendemos que la vida es tiempo y que ir a toda velocidad tras ella nos hace olvidar que el presente es un regalo que sólo ahora podemos disfrutar y que sólo nosotros conocemos cómo queremos invertirlo… o gastarlo. Es curioso que siendo el tiempo nuestro recurso vital, la mayoría no hayamos aprendido a gestionarlo. Y es que para eso hay que saber priorizar, como decía Steven Covey: “Que lo importante sea lo más importante”. El problema surge cuando todo nos parece igual de importante y somos incapaces de decidir.
Si nos quedamos ahí, seguiremos acelerados. Y sin darnos cuenta, acabaremos derrapando a toda prisa frente a la mesa del Sombrerero Loco en la fiesta de nuestro “no cumpleaños” mientras éste destripa nuestro reloj y “diagnostica” que lleva retraso. De modo, que lo más sensato sería aprovechar estos valiosos minutos en los que te has detenido a leer. Regálate un momento para pensar sobre lo que de verdad quieres en tu vida, lo que necesitas, lo que te hace feliz y lo que te llena de energía. Ahora, de todo lo que haces día tras día, ¿qué te acerca al logro de estas metas? ¿Cuáles te alejan? ¿Es imprescindible que todas esas actividades las hagas tú? ¿Cuáles podrías organizar en tu agenda a lo largo de la semana? ¿Las consecuencias de no realizarlas afectan a tus objetivos profesionales o relaciones personales? ¿Tienes bajo control tus principales distractores? ¿Te respetas respetando tu tiempo?
En algunas ocasiones, no somos conscientes de que colmamos nuestro tiempo con millones de actividades con las que, en realidad, tratamos de paliar vacíos de forma inefectiva. Porque nos hemos acostumbrado a sentirnos vivos, a considerarnos útiles, importantes o valiosos solamente cuando hacemos, aunque sea sin un propósito claro y nos esté costando la salud o las relaciones. Esa falta de tiempo “intencionada” nos impedirá que reflexionemos sobre las carencias que nos están llevando a sobrecargarnos sin darnos ni un respiro. Así que, atención.

Y colorín, colorado el tiempo de este post ha terminado.


miércoles, 5 de julio de 2017

El cambio empieza en ti

Inesperado. Incómodo. Inseguro. Imprevisible. Impopular. Ineludible. A veces indeseado; pero siempre, constante, retador, regenerador y necesario.
Así es el cambio en nuestra vida, y es más, la propia vida es cambio. Porque cuando ya no hay cambio… tampoco hay vida. ¿No crees?
Es cierto que no todos los cambios tienen la misma relevancia, ni el mismo peso, ni las mismas consecuencias. Sin embargo, les tememos tanto que incluso pequeñas modificaciones podemos interpretarlas como molestos trastornos. Seamos sinceros/as, a quién no le ha inquietado un corte de pelo demasiado atrevido; o que nos desvíen de nuestro camino habitual para ir a trabajar; que renueven el programa informático o método de trabajo con el que nos movíamos como “pez en el agua”; o que publiquen una nueva normativa que nos atañe. Si no me crees…prueba a cruzar los brazos. ¿Hecho? Ahora intenta dejar por debajo el brazo que cruzaste por arriba. Resultado: o no te sale o te sientes raro/a. No te preocupes, si continúas intentándolo lo lograrás sin problema. Todos los ejemplos mencionados hasta ahora, son meramente anecdóticos. Lo sé. Pero son útiles para entrar en situación: ¿puedes imaginar la magnitud con la que vivimos los cambios que afectan a la salud, situación laboral, lugar de residencia, relaciones personales…?
Pensar que ninguno de esos cambios es buscado, sino que nos son impuestos desde fuera y simplemente los padecemos, podría explicar en un primer término nuestro malestar. La lógica nos diría, en este caso, que cuando el giro sea deseado, todo será un camino de rosas. Desafortunadamente, la experiencia nos demuestra que el deseo del cambio es necesario aunque no suficiente para que éste suceda. ¿Cuántas veces hemos querido hacer algo nuevo y no nos hemos atrevido? ¿Y cuándo la situación era dolorosa y la hemos mantenido por tiempo indefinido sin hacer nada al respecto? ¿Y qué me dices de aquellos momentos en los que, a pesar de tenerlo todo a favor, nos resistimos como “gato panza arriba” a avanzar un paso más? Parece un sinsentido, ¿verdad?
En mi opinión, la clave para empezar el cambio desde cada uno/a de nosotros/as mismos/as es la emoción, la actitud y la responsabilidad con la que afrontemos las novedades, las crisis y, en definitiva, las transformaciones, que son el nivel más profundo y duradero de evolución.
Es muy posible que nos acompañe el miedo —pero no temas— no es más que una señal para mantenernos en alerta y atentos/as a lo que ocurre para aprender rápido. Si además mantenemos una actitud positiva, nos estaremos enfocando en la solución en lugar de fijarnos sólo en el problema. Y completaremos el círculo si conquistamos el timón haciendo uso de nuestra libertad de elección para tomar una acción.

Recuerda: Si tú cambias, todo cambia. ¿Lo has probado?