Los hay altos y bajos. De ladrillo y de Pladur®. De carga y accesorios. De
seguridad y defensivos. Sobrios y graffiteados.
Provisionales y perpetuos. De contención y decorativos. Históricos y
contemporáneos. Reales y virtuales. De los que recorren grandes distancias y de
los que apenas ocupan un metro cuadrado. Y luego están los de nuestra propia
cosecha: los “muros” mentales.
Al igual que los primeros, son fronteras que nos limitan; barreras que vamos construyendo piedra sobre
piedra sin percatarnos de que más que mantenernos a salvo, impiden nuestro avance, crecimiento interior y
apertura al mundo. Actúan reduciendo la visión del paisaje y, en la mayoría de
los casos, van confinando el propio
potencial al fondo de una prisión amurallada. Pero, ¿de qué poderoso
material están hechas sus robustas paredes? ¿Hormigón? ¿Cemento armado? No,
simplemente, creencias. Ideas que
convertimos en verdades absolutas que raramente son refutadas. Es posible que
estas ideas sobre quiénes somos, sobre el entorno y sobre los demás, aparecieran
en momentos tempranos de nuestra existencia; tal vez cuando alguien relevante para
nosotros volcó su falta de competencia emocional etiquetándonos de torpe o poco
hábil o inútil… y le creímos. Quizás tuvimos una experiencia negativa producto
de la inexperiencia y llegamos a la conclusión errónea de que nunca podríamos
conseguirlo porque jamás seríamos lo suficientemente buenos. Probablemente escuchamos
a personas temerosas que nos advirtieron de los peligros de abandonar la zona
de confort y, sin dudarlo, dimos un paso atrás para alejarnos del “borde del
precipicio”.
El problema es que esas creencias limitantes van creciendo a nuestra par — incluso podemos
ir agregando nuevas— haciendo que estos “muros mentales” ganen terreno y nos
resten espacio. Espacio para cuestionar su veracidad. Espacio dónde situar la
libertad personal de elegir cómo queremos ser, actuar, experimentar, aceptar,
aprender y para comprobar sobre qué mentiras o verdades se sostienen. Espacio
para crecer y desarrollar los talentos escondidos.
La buena noticia es que también tenemos el poder de
derribarlas. Sí, y no solo eso, además, tenemos la capacidad de transformarlas
una vez que las identificamos. Para ello, debemos comenzar por conocernos a
nosotros mismos.
El autoconocimiento
nos proporcionará los recursos que catapultaremos para romper los límites del “fortín”
desde dentro. Adoptarán la forma de valores, hábitos, gestión emocional,
creatividad, disciplina, esfuerzo, pasión, compromiso… En definitiva, serán nuestras fortalezas las que pondrán en
cuestión la veracidad de lo que nos debilita. Será entonces cuando no nos dediquemos
simplemente a colocar una creencia sobre otra sin orden ni concierto y sin antes
determinar si nos encumbra o nos entierra. Decidir
las creencias con las que edificaremos nuestro presente, directamente nos
convierte, en arquitectos de nuestro destino.
Por cierto, ¿tú qué crees?