Hace ya
bastante tiempo que quería escribir un post
acerca de este curioso “tándem”. En primer lugar, porque como psicóloga y coach, el mundo emocional de las personas
me despierta gran interés. Por otra parte, porque he vivido mi propia
experiencia, me he encontrado con numerosos los casos, he mantenido
conversaciones con amigos y clientes en las que el desempleo era el tema principal y he observado cómo las emociones que lo acompañaban generaban
un importante impacto negativo en sus vidas tanto a nivel psicológico como
físico que les impedía avanzar.
A
parte de que carecer de ingresos nos afecta económica y socialmente, creer que
las circunstancias superan la propia capacidad de respuesta, que se escapan de
nuestro control o que los recursos personales que poseemos son insuficientes para
hacer frente al reto de abordar una nueva (o primera) aventura laboral, provoca
que las expectativas de autoeficacia,
de sentirnos competentes y válidos,
incluso el nivel de autoestima, se
reduzcan de forma drástica. Para colmo, empezamos a desestimar nuestras
fortalezas y apoyos, aumentando así la impresión de que nos enfrentamos a “una
contrarreloj en puerto de montaña”. Y es que la travesía del desempleo a veces se nos torna una dura
triatlón en la que se hace necesario fortalecer
nuestra parte emocional, porque no solo deberemos (re)dirigirnos hacia una nueva
meta, sino que será imprescindible volver a calzarnos nuestras “zapatillas”
curriculares, entrenarnos para competir en diferentes procesos selectivos o
apostar por emprender un negocio “nadando” en un mar de dudas. Al mismo tiempo,
también tendremos que vencernos a nosotros mismos. Vencer el desaliento, la
pereza, la falta de confianza, el cansancio, la soledad, la desorientación… Y
nuestros límites. Aparecerán la ira, el miedo y la tristeza. ¿Cómo podemos
prepararnos para gestionar todo esto?
Es más
que probable que en casa no aprendiésemos la forma adecuada de lidiar con
nuestro mundo emocional, tal vez porque nuestros padres se encontrasen igual de
perdidos. Por su parte, el sistema educativo, en cualquiera de sus niveles,
tampoco se ocupó de instruirnos en esta competencia para la vida que es la Inteligencia Emocional. Por lo tanto,
es evidente que tocará comenzar a trabajarla cuanto antes, y darnos cuenta de
ello es el primer paso. Una vez que somos conscientes de la necesidad de nombrar,
entender y mejorar nuestras respuestas emocionales ante la circunstancias podremos
elegir qué hacer con aquello que
sentimos y ponerlo a trabajar a nuestro favor. Pese a que tendemos a calificar dichas
emociones como negativas, ello no deja de ser una interpretación subjetiva acerca
de cómo las experimentamos (nos agradan o nos desagradan), significado que no se
corresponde con su principal cometido que es el de informarnos. En ocasiones tratamos de ocultarlas, negarlas o camuflarlas
pero —de hecho— seguirán acompañándonos, llegando incluso a transformarse en un
estado de ánimo. Si permitimos eso, entonces teñirán con su matiz todo lo que pensemos,
digamos y hagamos, de modo que lo más
inteligente es prestar atención a su mensaje y tomar medidas. Si no sabes,
busca ayuda.
Si la
situación de desempleo te causa enfado, miedo y/o tristeza es preciso
reflexionar sobre varios aspectos: qué
está provocando esa emoción y qué información
transmite, cuál es la acción o
acciones que estas dispuesto/a a realizar para responder de forma apropiada de
cara a lograr el objetivo marcado y cual será finalmente tu decisión al respecto. ¡Ojo, que no
decidir también es una decisión!
Y tú,
ante el desempleo, ¿empleas bien tus emociones?