Tomar el camino correcto, a veces, no es una tarea fácil.
Debemos buscar información suficiente; considerar los pros y los contras; los
beneficios y perjuicios para nosotros o para terceros valorando las consecuencias
y el precio a pagar. Y toda decisión tiene su coste… Si vas a posponerla, ¡cuidado
con los intereses de demora, que toda financiación tiene su recargo!
Al tener que barajar tal cantidad de datos, tendemos a
dar la completa potestad a nuestro intelecto. ¡Quién mejor que nuestra parte
racional, objetiva, calculadora, aséptica, inteligente…, para llevar a cabo tan
ardua tarea! Evidentemente, después de tomarnos nuestro tiempo llegamos a una
conclusión que estimamos viable y planificamos una acción. Hasta aquí todo
bien, la evolución nos ha dotado de un sistema moderno de procesamiento de la
información que nos perfecciona como especie. Sin embargo, se nos olvida un
detalle importante: Nuestro cerebro emocional también participa. Estaba allí
antes y ha contribuido a nuestra supervivencia. Por algo será…
Para ser eficaces a la hora de hallar la decisión más
adecuada sobre un asunto importante que nos atañe, es imprescindible que primero
seamos conscientes de si elegimos u optamos. Cuando optamos, descartamos
alternativas que no deseamos y nos quedamos con la que nos genera un malestar
menor. Por el contrario, en el momento que elegimos ejerciendo nuestra
responsabilidad, ponemos el énfasis en la ruta que nos conduce hacia dónde
nosotros queremos ir. La clave para determinar si elegimos u optamos podemos
encontrarla en una pregunta sencilla y compleja a la vez: ¿Estoy jugando para
ganar o para no perder? La actitud con la que afrontemos esta dicotomía, nos
llevará a incluir en nuestra ecuación emociones muy diferentes: la alegría de
un posible triunfo o el miedo a un potencial fracaso.
Si prestas atención, en cualquiera de los dos casos, no
nos centramos únicamente en los datos y la información objetiva que tenemos a
nuestra disposición y que maneja la lógica. Estamos imaginándonos cómo nos
sentiremos tras dar o no un paso concreto. ¡Y vaya si nos lo imaginamos! De
hecho, ¿quién no ha sentido un nudo en la garganta o en el pecho al sopesar diferentes
rumbos de acción? ¿Y un “revoloteo” de ilusión en nuestro estómago? Esto
también es inteligencia. Inteligencia Emocional.
Es posible que nuestras decisiones en ciertas
circunstancias sean juzgadas por otros como irracionales, fuera de toda lógica
o menospreciadas por mostrar cierto tinte emotivo. En estos casos, no puedo
resistirme a citar al físico, matemático y también filósofo y escritor Blaise
Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Yo lo pienso de
corazón ¿Y tú?