jueves, 28 de septiembre de 2017

Mañana empiezo

Seguro que no son pocas las veces que te has dicho ese “¡Mañana empiezo!” lleno de ganas e ilusión por comenzar un nuevo proyecto, estudiar, dejar un mal hábito, buscar trabajo, hacer más deporte, montar un negocio, cuidar la dieta, tachar alguna de las tareas pendientes de tu lista… En definitiva, ponerte manos a la obra para alcanzar un objetivo. Sin embargo, al llegar un nuevo día ves cómo tus anhelos se disuelven como por arte de magia y vuelves a posponer llenando de excusas el vacío que se queda. ¿Pero qué es lo que ha pasado? ¿Dónde han ido todas esas razones de peso que habíamos tenido en cuenta ayer? ¿Por qué nos da la sensación de que hemos vuelto a fallarnos? ¿Podremos hacer algo para romper ese círculo de autoengaño?
Es fácil que nos contemos el cuento de que no tenemos tiempo, que la tarea es complicada o que requiere mucho esfuerzo, recursos, dinero. Debatimos, replicamos y negociamos con nosotros mismos hasta que terminamos concluyendo que mejor lo dejamos para otro momento; porque total, hoy no es el día. Tal vez mañana… Y nos quedamos tan tranquilos. O no. Porque en el fondo sabemos que posponer o procrastinar no hace más que acrecentar el malestar que sentimos; que tras esa meta no alcanzada se esconde una necesidad, un impulso que sigue pugnando por ser cubierto. Lo que desconocemos es que la fuerza que buscamos para ponernos en marcha no nace de argumentos ni razones, sino del propósito. Con lo que averiguar nuestro para qué, en lugar de perdernos en innumerables por qués, será una parte importante del engranaje motivacional.
Otro elemento de relevancia al que debemos prestar atención es a nuestras emociones. Así de claro: En ocasiones nos negamos a tomar acción porque nos atenaza el miedo. El miedo a fracasar, a perder algo, a no estar a la altura, a equivocarnos, a no tener la suficiente perseverancia para vencer los obstáculos, a fallar a otros… Pero, si somos capaces de detectarlo, podremos vencerlo, ya que el mejor remedio contra el miedo es la acción. En el instante en que damos esos pequeños pasos cargados de incertidumbre, notamos como las dudas se van dispersando.
Así mismo, si nos cuesta percibir el beneficio que obtendremos o lo vemos lejano en el tiempo, la pereza jugará su papel. Igual que la acción llama a la acción —razón por la que para generar motivación debemos actuar primero— la falta de movimiento provoca parálisis, física y mentalmente. Es esa actitud la que puede llevarnos a la tristeza, la pasividad y el desaliento.
Por fortuna, contamos con todo lo necesario para pasar de las excusas al éxito. Y es que si establecemos objetivos propios basándonos en el propósito, ordenamos las prioridades en función de las necesidades reales y gestionamos adecuadamente las emociones que nos acompañan, seremos capaces de tomar decisiones y comprometernos de tal forma, que nuestra determinación será irremediablemente inquebrantable.


¿Vas a esperar hasta mañana? ¿Qué pasaría si empezaras hoy?


jueves, 21 de septiembre de 2017

Miedo a la oscuridad

Sabemos que uno de los temores más antiguos del ser humano es el miedo a la oscuridad. Y no es de extrañar que desarrolláramos aversión a la llegada del anochecer ya que ello nos convertía en presa fácil impidiendo anticiparnos a posibles depredadores, enemigos y demás “espíritus nocturnos”. Nos sentíamos vulnerables. El descubrimiento del fuego nos transformó en seres capaces de afrontar esos peligros; aprendimos a crear luz cuando las circunstancias naturales se empeñaban en arrebatárnosla.
Por fortuna, ahora disponemos de un completo equipamiento eléctrico que hace la vida más cómoda y segura; que nos permite manejar a nuestro antojo y convertir, incluso, la noche en día. A pesar de ello, continuamos temiendo la oscuridad. La nuestra. La propia. Aquella que se esconde en un rinconcito interior y nos traba haciendo que nos sintamos diminutos ante los retos. La misma que construye creencias limitantes basadas en experiencias pasadas  o en imaginaciones futuras. A veces, podemos verla como ese juez cruel vestido de negro cuyo veredicto nos condena y humilla golpeando con su duro mazo dónde más duele: en toda la autoestima. En otras ocasiones, la percibimos como un abismo que parece interponerse entre nosotros y nuestros sueños, objetivos y metas. Sin embargo, somos ciegos para apreciar lo que nos brinda; todo un universo de posibilidades ocultas a las que jamás accederemos si nos resistimos a conocerla. Tal vez nos hemos acostumbrado demasiado a la luz artificial; a deslumbrarnos con todo lo que se nos pasa por delante, sea o no real, quedándonos en la superficie de lo que somos. Pero si nos atrevemos a contemplar en silencio el "interior de la habitación" durante el tiempo suficiente, la visión se adaptará y nuestro foco de atención empezará a iluminar lo que permanecía escondido, otorgándonos la oportunidad de ser conscientes y aceptar también las propias debilidades. Seremos observadores a la par, de claros y oscuros, de contrastes que harán que el miedo sea transmutado, surgiendo ante nosotros la belleza de todo un firmamento tapizado con millones de fogosos destellos: Ellos serán tus fortalezas. 
Quizás estábamos equivocados. Y no fue el miedo a la oscuridad el que "encendió" el fuego, sino que las propias sombras nos encaminaron a vislumbrar nuestras chispas de ingenio.

¿Has visto ya las tuyas?


jueves, 14 de septiembre de 2017

¿Tú construyes catedrales?

Si te dijera que posees un superpoder que te permite lograr resultados que van más allá de lo aparente, probablemente me responderías con un gesto de incredulidad, que eso solo pasa en el cine. Si además te afirmo que a través de tu trabajo puedes «construir catedrales»,  me indicarás —a no ser que te dediques al noble arte de la edificación— que eso está bastante alejado de tus quehaceres diarios. En cualquier caso, espera a terminar el post para darme una respuesta.
El superpoder del cual hablo es algo muy humano; se trata de la automotivación. Un combustible cotizado en cualquier ámbito y que depende más de las emociones que despertamos que de las razones que nos damos para continuar sin desfallecer o para ponernos en pie si hemos sufrido una inesperada caída. En cuanto a las catedrales, no me refiero a ellas en sentido literal sino al propósito, al legado que nos gustaría dejar.  Mi intención es llamar tu atención sobre el significado que le das a lo que haces, a aquello a lo que te dedicas y entregas tu tiempo (independientemente si es remunerado o no); en definitiva, que seas consciente de si en tu día a día sólo ves faena que tienes que hacer o, por el contrario, una oportunidad de dar lo mejor de ti, para otros. Piénsalo un momento, cuando realizamos de forma rutinaria una tarea de la que sólo vemos el tiempo que nos lleva, el esfuerzo que nos supone y el poco reconocimiento o el excesivo control que recibimos por parte del jefe, la llama de la motivación se muere lenta e inexorablemente. A diferencia de ello, cuando tenemos la libertad de dar nuestro toque personal, ponerle cara y nombre a los destinatarios finales de nuestra labor o imaginarnos que esa persona podría ser nuestra madre/padre, hijo/a, hermano/a o pareja, es decir, al humanizar nuestro desempeño, ponemos un especial cuidado, dedicación y esmero. Y, ¡sorpresa! Eso nos lleva a ser mejores, a ser excelentes y a marcar la diferencia.
Para cimentar esas catedrales de las que hablaba es preciso sincronizar mente y corazón, alineando el qué con el cómo y el para qué. Porque no se trata únicamente de poner piedras (el qué) ni de la forma de colocarlas para ir conformando paredes (el cómo) sino que todo ello debe estar enfocando al diseño final (el para qué) que será el que otorgará sentido, fuerza y dirección.
Claro está que no todos somos un Gaudí; pero cualquier persona, con independencia de su ocupación, tiene en sus manos el poder de ser un artista de infatigable ánimo levantando su propia catedral…
Ahora, ¿qué respondes? 


jueves, 7 de septiembre de 2017

Estación de salida

Deseado para unos y muy a su pesar para otros, el noveno mes del calendario acaba de entrar por las puertas anunciando que el verano está próximo a su cierre. Dejamos atrás experiencias, sentimientos y horizontes azulados que pasarán a convertirse en recuerdos una vez que las hojas empiecen a soltarse de los árboles.
Afortunadamente, todo final trae consigo un nuevo comienzo, incluido septiembre.  Iniciamos curso, retomamos el empleo (o el trabajo de buscarlo), marcamos objetivos, planificamos acciones. Fuerzas e ilusión parecen renovadas tras el descanso y los calores estivales… Por ello, hay quién se  plantea realizar un viaje distinto, emprender un camino personal que le lleve desde dónde está hacia dónde quiere ir.
No son pocas las personas que me comentan que les gustaría dar un giro a su vida. Dicen que querrían atreverse más, aprender cómo ser mejores en sus relaciones, en su modo de vivir los acontecimientos, de afrontar los problemas en su día a día o conseguir algún sueño que llevan posponiendo porque no encuentran el momento. Ante tales afirmaciones, por mi parte llueven preguntas: si realmente vemos preciso que algo tome otro rumbo, ¿qué nos impide avanzar? ¿Cuál está siendo nuestra actitud frente a lo nuevo? ¿Es posible que, aunque lo deseemos, nos estemos resistiendo poniendo excusas? Silencio.
Deja que emerja el silencio. Ayuda a despertar la atención. De hecho, éste es necesario si pretendemos escuchar nuestras respuestas —no las viejas— las buenas. Fíjate cómo se acalla la vida latente de las arboledas llegado el momento y por un tiempo. Ello nos permite podar y preparar sus ramas para favorecer su equilibrio, su crecimiento y el aprovechamiento de la luz. En definitiva, dejar ir para poder crecer; aprendamos a ser jardineros del corazón. Paremos el ruido interior y dejemos ir, también nosotros, aquello que no nos sirve; para cuidarnos. Probemos a desechar los diálogos internos que se tornan juicios socavando la autoestima; a arrancar los pensamientos negativos y circulares que nos restan fuerzas. Cultivemos en su lugar la serenidad, la autoconfianza y las acciones efectivas. Y, sin duda, darán su fruto.
Florecer —sea cual sea nuestra naturaleza— requiere tiempo, energía y dedicación. Es una transformación que comienza lentamente en el interior y después se expande. Mirar más allá de la hoja seca, del árbol sin copa y de las nubes que cubren el Sol nos alentará a ponernos en marcha y a perseverar con paciencia aceptando que el inicio es sólo un punto de partida.

¿Te animas a vivir nueva etapa?