Seguro que no son pocas las veces que te has dicho ese “¡Mañana
empiezo!” lleno de ganas e ilusión por comenzar un nuevo proyecto, estudiar, dejar
un mal hábito, buscar trabajo, hacer más deporte, montar un negocio, cuidar la
dieta, tachar alguna de las tareas pendientes de tu lista… En definitiva,
ponerte manos a la obra para alcanzar un objetivo. Sin embargo, al llegar un
nuevo día ves cómo tus anhelos se disuelven como por arte de magia y vuelves a
posponer llenando de excusas el
vacío que se queda. ¿Pero qué es lo que ha pasado? ¿Dónde han ido todas esas
razones de peso que habíamos tenido en cuenta ayer? ¿Por qué nos da la
sensación de que hemos vuelto a fallarnos? ¿Podremos hacer algo para romper ese
círculo de autoengaño?
Es fácil que nos contemos el cuento de que no tenemos
tiempo, que la tarea es complicada o que requiere mucho esfuerzo, recursos, dinero.
Debatimos, replicamos y negociamos con nosotros mismos hasta que terminamos
concluyendo que mejor lo dejamos para otro momento; porque total, hoy no es el
día. Tal vez mañana… Y nos quedamos tan tranquilos. O no. Porque en el fondo sabemos
que posponer o procrastinar no hace más que acrecentar el malestar que sentimos; que
tras esa meta no alcanzada se esconde una necesidad,
un impulso que sigue pugnando por ser cubierto. Lo que desconocemos es que la
fuerza que buscamos para ponernos en marcha no nace de argumentos ni razones, sino
del propósito. Con lo que averiguar nuestro para
qué, en lugar de perdernos en innumerables por qués, será una parte importante del engranaje motivacional.
Otro elemento de relevancia al que debemos prestar atención
es a nuestras emociones. Así de claro:
En ocasiones nos negamos a tomar acción porque nos atenaza el miedo. El miedo a fracasar, a perder
algo, a no estar a la altura, a equivocarnos, a no tener la suficiente
perseverancia para vencer los obstáculos, a fallar a otros… Pero, si somos
capaces de detectarlo, podremos vencerlo, ya que el mejor remedio contra el
miedo es la acción. En el instante
en que damos esos pequeños pasos cargados de incertidumbre, notamos como las
dudas se van dispersando.
Así mismo, si nos cuesta percibir el beneficio que
obtendremos o lo vemos lejano en el tiempo, la pereza jugará su papel. Igual que
la acción llama a la acción —razón por la que para generar motivación debemos actuar
primero— la falta de movimiento provoca parálisis, física y mentalmente. Es
esa actitud la que puede llevarnos a la tristeza,
la pasividad y el desaliento.
Por fortuna, contamos con todo lo necesario para pasar de
las excusas al éxito. Y es que si establecemos objetivos propios basándonos en
el propósito, ordenamos las prioridades en función de las necesidades reales y
gestionamos adecuadamente las emociones que nos acompañan, seremos capaces de tomar decisiones y comprometernos de
tal forma, que nuestra determinación
será irremediablemente inquebrantable.
¿Vas a esperar hasta mañana? ¿Qué pasaría si empezaras
hoy?