Deseado para unos y muy a su pesar para otros, el noveno
mes del calendario acaba de entrar por las puertas anunciando que el verano está
próximo a su cierre. Dejamos atrás experiencias, sentimientos y horizontes
azulados que pasarán a convertirse en recuerdos una vez que las hojas empiecen
a soltarse de los árboles.
Afortunadamente, todo final trae consigo un nuevo
comienzo, incluido septiembre. Iniciamos
curso, retomamos el empleo (o el trabajo de buscarlo), marcamos objetivos,
planificamos acciones. Fuerzas e ilusión parecen renovadas tras el descanso y los
calores estivales… Por ello, hay quién se plantea realizar un viaje distinto, emprender
un camino personal que le lleve desde dónde está hacia dónde quiere ir.
No son pocas las personas que me comentan que les
gustaría dar un giro a su vida. Dicen que querrían atreverse más, aprender cómo
ser mejores en sus relaciones, en su modo de vivir los acontecimientos, de
afrontar los problemas en su día a día o conseguir algún sueño que llevan
posponiendo porque no encuentran el momento. Ante tales afirmaciones, por mi
parte llueven preguntas: si realmente
vemos preciso que algo tome otro rumbo, ¿qué nos impide avanzar? ¿Cuál está
siendo nuestra actitud frente a lo nuevo? ¿Es posible que, aunque lo deseemos, nos
estemos resistiendo poniendo excusas? Silencio.
Deja que emerja el silencio. Ayuda a despertar la
atención. De hecho, éste es necesario si pretendemos escuchar nuestras
respuestas —no las viejas— las buenas. Fíjate cómo se acalla la vida latente de
las arboledas llegado el momento y por un tiempo. Ello nos permite podar y preparar
sus ramas para favorecer su equilibrio, su crecimiento y el aprovechamiento de
la luz. En definitiva, dejar ir para poder crecer; aprendamos a ser jardineros
del corazón. Paremos el ruido interior y dejemos ir, también nosotros, aquello
que no nos sirve; para cuidarnos. Probemos a desechar los diálogos internos que
se tornan juicios socavando la autoestima; a arrancar los pensamientos negativos
y circulares que nos restan fuerzas. Cultivemos en su lugar la serenidad, la
autoconfianza y las acciones efectivas. Y, sin duda, darán su fruto.
Florecer —sea cual sea nuestra naturaleza— requiere
tiempo, energía y dedicación. Es una transformación que comienza lentamente en
el interior y después se expande. Mirar más allá de la hoja seca, del árbol sin
copa y de las nubes que cubren el Sol nos alentará a ponernos en marcha y a
perseverar con paciencia aceptando que el inicio es sólo un punto de partida.
¿Te animas a vivir nueva etapa?
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