domingo, 24 de diciembre de 2017

¿Dónde estará la Felicidad?


Se acercan días muy especiales en el año. Noches distintas llenas de lucecitas de colores allá donde miremos, que irán acompañadas de música y cenas adornadas de verde y rojo. Habrá encuentros, reencuentros, desencuentros… Risas y lágrimas juntas a una misma mesa dando color a la alegría y a la nostalgia. Una de esas noches tomaremos las uvas con las campanadas mientras pedimos aquellos deseos que si se cumpliesen, nos harían felices durante el próximo año que comienza… o eso pensamos. ¿Estaremos buscando la felicidad en el lugar correcto? ¿Qué pasaría si en lugar de pedir, empezáramos a dar?

Dar aliento. Dar abrazos. Dar tu tiempo. Dar cariño. Dar consuelo. Dar tu sonrisa. Dar… no necesariamente lo que materialmente tienes, sino lo que eres. Y sólo eso, sin esperar ningún pago. Que no se trate de un trabajo, ni de un servicio, ni de un favor que espera un intercambio. No, solo dar desde el “quiero dar”. Porque tienes la inmensa suerte de tenerlo y la generosidad de entregarlo a quién crees que lo necesita. Tal vez solo te lleve un momento, el adecuado para escuchar y ofrecer unas palabras sinceras de apoyo. Tal vez unos días, exactamente el tiempo que esa persona precisa para aceptar un revés de la vida sabiendo que cuenta con tu ayuda. Tal vez toda la vida, porque te hayas dado cuenta de que cuanto más das, más recibes y más tienes.  Y lo que es mejor: más feliz eres.

Lo curioso de este asunto es que al dar sin pedir y sin esperar nada a cambio, incluso ese cambio llega. Quizás no al instante ni día siguiente; es posible que tampoco al mes. Incluso, puede presentarse por otro camino insospechado. En cualquier caso, no te importe que no lo hayas pedido, recíbelo igualmente porque estará preparado para ti cuando sea oportuno. ¡Permítete recogerlo y agradece! Deja que ese círculo de dar y recibir fluya, y como un niño el Día de los Reyes, abre tu obsequio, sorpréndete, disfrútalo y contagia la ilusión.

La felicidad no es para quien la busca, sino para quien sabe encontrarla a cada minuto, en cada mirada, en cada gesto, en cada abrazo, en cada palabra de agradecimiento que recibimos del otro, cada vez que uno se entrega.
Y tú,  ¿has descubierto ya por dónde encontrarás esta Noche tu Felicidad? ¿Y mañana? ¿Qué me dices de cada día del año?



viernes, 8 de diciembre de 2017

No seas tu prisionero

¿Quién no ha buscado el “Ojo por ojo” afirmando que “Donde las dan las toman” mientras pensaba que “Quien a hierro mata a hierro muere” porque “El que la hace la paga”? Lástima que nuestra sabiduría popular tenga menos en cuenta que “La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”. Y veneno es lo que deja en nuestro ser su mordedura, convirtiéndonos en esclavos de sus efectos.

Con seguridad, en algún momento nos hemos sentido heridos por alguien, quién con sus palabras, con sus hechos, con su falta de acción o atención —intencionada o inconscientemente— provocó en nosotros un dolor emocional. La intensidad del mismo corrió a cargo, por una parte, de la interpretación que hicimos del comportamiento y, de otra, de lo importante que era para nosotros esa persona. Si pensamos que la actuación fue malintencionada o ésta fue realizada por alguien apreciado, probablemente desató, en mayor grado, emociones como la tristeza al sentimos defraudados o el enfado al consideramos ofendidos. Tal vez, ambas. En cualquiera de los casos, aunque estas emociones aportan información relevante que necesitamos examinar para aprender, no debemos olvidar que es la respuesta que demos la que puede convertirnos en prisioneros del resentimiento… ¿Te suena lo del “lado oscuro de la fuerza”?

Afortunadamente, existe la llave para salir de esa cárcel: el perdón. Sin connotaciones religiosas ni morales, sino psicológicas; el perdón como capacidad para liberarnos a nosotros mismos del sufrimiento que provoca el mantener abierta una herida emocional y desear la reparación del daño con el dolor de quién lo causó. El camino para alcanzar esta llave es laborioso y pasa por ajustar nuestra expectativa a la imagen real el ofensor (incluyendo en ella su historia personal, valores y aprendizajes), y aceptar que toda persona posee a la vez fortalezas y debilidades que se reflejan en actos. Estas fases están dirigidas a lograr que una determinada acción pasada no despierte inquietud ni malestar en nuestra vida presente. De cada cual dependerá, una vez conseguido este estado, la decisión de mantener la relación (si esta existía) con quien le causó perjuicio.

En otras palabras, la elección del perdón es un ejercicio de libertad dirigido hacia uno mismo. Se trata por tanto de darnos la oportunidad de romper las cadenas que —de forma inconsciente— hemos creado y que nos mantienen unidos, precisamente, a la persona que nos lastimó. Es importante conseguir que el pensamiento deje de girar en torno al padecimiento sufrido tratando de imaginar formas de compensar el agravio… De lo contrario, seguiremos atrapados alimentando el odio hasta que termine por devorarnos.

Dejar de ser un “prisionero envenenado” requiere coraje y valentía, pero sobre todo, aprender a perdonar para saborear libremente la vida dejando que el resentimiento se escape.

Ahora, decides tú… ¿Te atreves a dejarle ir?


sábado, 2 de diciembre de 2017

La fortaleza

Debo admitir que me apasiona observar esos majestuosos y sólidos castillos medievales repartidos por toda nuestra geografía. Sí, aquellos que parecen sacados de alguna leyenda, con sus murallas, sus almenas, sus fosos, sus torreones. Construidos hace siglos con materiales tan poco sofisticados y tan frágiles, aparentemente, como el barro o el adobe. Y, sin embargo, han sido poderosos fortines capaces de soportar el paso del tiempo y sus inclemencias, el ataque de feroces enemigos o la dejadez de sus habitantes. Aunque, para ser justos, reconozco también que, a veces, parte de estas fortalezas se derrumban. Tal vez por todo ello, me recuerden a los seres humanos.

Estoy convencida de que te habrás encontrado con gente parecida, en cierto modo, a estos castillos de los que hablo; o quizás tú mismo/a te descubras en esta comparativa. Me estoy refiriendo a personas que normalmente se muestran fuertes, seguras, muy decididas y capaces; pero reacias a admitir su vulnerabilidad y necesidad de ayuda en determinados momentos de sus vidas. Es cierto que en ocasiones puede no resultar fácil admitir las propias fallas, áreas de mejora o fisuras, pero eso no quita que constantemente aparezcan y ocurra que, bien por “ceguera”  o bien por miedo a ser conscientes de nuestras carencias, nivel de destreza y determinación en diferentes ámbitos y situaciones, evitemos pedir ayuda cuando sea necesario. Tal comportamiento, además de incidir negativamente en un adecuado desempeño, puede perjudicar la salud psicológica, emocional o social, provocando que alguna de las “murallas” que nos protegen, finalmente cedan y caigan. La razón que se esconde tras esta resistencia es que confundimos ser débiles con ser vulnerables, y hay una gran diferencia: La debilidad se define como una falta de fortaleza o voluntad; en cambio, la vulnerabilidad es la aceptación de que no somos invencibles pero que contamos con recursos internos y externos para hacer frente a los acontecimientos. O aprendemos a desarrollarlos. Quizás… con ayuda.

Por lo tanto, si queremos mantener en pie la “estructura”, y no solo eso, sino seguir añadiendo nuevas estancias que nos conviertan en un firme “alcázar” deberemos fijar unos buenos cimientos en forma de valores, aplicar un mantenimiento y revisión periódica a través del autoconocimiento constante y —cómo no— aprender a detectar cuando es preciso contar con alguien más para reparar “ciertas grietas”, actuando en consecuencia.

Es importante señalar que, a veces,  la ayuda simplemente puede ser recibir unas palabras de ánimo, de aliento… Un abrazo, una conversación o un gesto amable que nos sostenga. “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo” decía el matemático y físico griego, Arquímedes de Siracusa.


Busca un punto de apoyo y moverás tu mundo. ¿Has pensado ya quién puede ser el tuyo?