Aún recuerdo aquella escena de Toy Story en la que Woody
el vaquero le recuerda al astronauta Buzz Lightyear que no puede volar. A pesar
de ello, nuestro hombre del espacio está totalmente convencido de todo lo
contrario. Y se lo demuestra. Son sus pasos calculados, esa seguridad calmada con
que le rebate y, sobre todo, la confianza en él mismo lo que le lleva a dar el
famoso “salto de fe” y ejecutar un triple salto mortal con un final espectacular que,
por supuesto, confirma su propia “profecía” de que puede volar.
¿Y no es eso mismo lo que nos ocurre cuando creemos
firmemente en nuestras posibilidades? Permíteme que te recuerde cuando
aprendiste a dar tus primeros pasos. Eras pequeño/a y vulnerable. Tus padres
tenían que hacértelo prácticamente todo. ¡Y un día descubres que tienes los
recursos para desplazarte por ti mismo/a!, pero no solo eso; comprendes que si
los usas y entrenas, puedes correr, saltar e incluso… ampliar tu perspectiva
aumentando tu altura. Así que te fuiste apoyando mientras tus músculos se
fortalecían y tus familiares acudían raudos si se producía una inevitable
caída. Tú aprendiste que aquello dolía, pero la sensación de libertad y
superación te enseñaron a levantarte rápido para continuar.
Acabo de caer en la cuenta de que quizás ahora pienses
que sólo puede lograr su meta o su sueño aquella persona que cuente con absolutamente
todos los recursos… En tal caso, preguntémonos, si teniendo todas las
cualidades necesarias no confío en que sepa utilizarlas, ¿de qué me servirán?
Esta cuestión me lleva a enlazar con otra escena de la película,
aquella en la que Buzz ve un anuncio televisivo en el que le presentan como un
juguete… más aún: ¡Un juguete no volador! Tras conocer esa terrible noticia
sobre su identidad, nuestro héroe intenta un nuevo vuelo pero, en esta
ocasión, algo en él ha cambiado. Acaba precipitándose por las escaleras
quedando roto y abatido. ¿Te suena?
Seguro que conoces a alguien tremendamente preparado/a,
con muy buenas habilidades y gran potencial, sin embargo, aún no ha sido capaz
de verlo y piensa que aún necesita más. Es posible que una pregunta acompañada
de la última escena le incite a comenzar la reflexión: ¿Qué ocurriría si no
tuviera todos los recursos pero creyese plenamente en mis posibilidades
haciendo un uso inteligente de lo que sí tengo?
A esta incógnita responde nuestro intrépido protagonista
lunar en un inspirador acto
final dónde su imaginación le lleva a colocarse un cohete que le impulsa
hacia arriba, soltándolo posteriormente para terminar planeando con sus alas de
plástico. Las mismas que otros decían que no servían para volar.
En realidad, como en la vida misma, lo más importante no
es la caída. Sabemos que puede ocurrir y de hecho ocurrirá. Lo verdaderamente
valioso es descubrir todo aquello que tenemos, utilizar nuestra energía
emocional para averiguar cómo levantarnos fortalecidos y aprender, por
supuesto, aprender a confiar de forma incondicional en nosotros/as mismos/as, ya
que eso forma parte del arte del “caer con estilo”. ¡Hasta el infinito… y más
allá!
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