Inesperado. Incómodo. Inseguro. Imprevisible. Impopular.
Ineludible. A veces indeseado; pero siempre, constante, retador, regenerador y necesario.
Así es el cambio en nuestra vida, y es más, la propia
vida es cambio. Porque cuando ya no hay cambio… tampoco hay vida. ¿No crees?
Es cierto que no todos los cambios tienen la misma
relevancia, ni el mismo peso, ni las mismas consecuencias. Sin embargo, les
tememos tanto que incluso pequeñas modificaciones podemos interpretarlas como molestos
trastornos. Seamos sinceros/as, a quién no le ha inquietado un corte de pelo
demasiado atrevido; o que nos desvíen de nuestro camino habitual para ir a
trabajar; que renueven el programa informático o método de trabajo con el que
nos movíamos como “pez en el agua”; o que publiquen una nueva normativa que nos
atañe. Si no me crees…prueba a cruzar los brazos. ¿Hecho? Ahora intenta dejar
por debajo el brazo que cruzaste por arriba. Resultado: o no te sale o te
sientes raro/a. No te preocupes, si continúas intentándolo lo lograrás sin
problema. Todos los ejemplos mencionados hasta ahora, son meramente anecdóticos.
Lo sé. Pero son útiles para entrar en situación: ¿puedes imaginar la magnitud
con la que vivimos los cambios que afectan a la salud, situación laboral, lugar
de residencia, relaciones personales…?
Pensar que ninguno de esos cambios es buscado, sino que
nos son impuestos desde fuera y simplemente los padecemos, podría explicar en
un primer término nuestro malestar. La lógica
nos diría, en este caso, que cuando el giro sea deseado, todo será un
camino de rosas. Desafortunadamente, la experiencia
nos demuestra que el deseo del cambio es necesario aunque no suficiente para
que éste suceda. ¿Cuántas veces hemos querido hacer algo nuevo y no nos hemos
atrevido? ¿Y cuándo la situación era dolorosa y la hemos mantenido por tiempo
indefinido sin hacer nada al respecto? ¿Y qué me dices de aquellos momentos en
los que, a pesar de tenerlo todo a favor, nos resistimos como “gato panza
arriba” a avanzar un paso más? Parece un sinsentido, ¿verdad?
En mi opinión, la clave para empezar el cambio desde cada
uno/a de nosotros/as mismos/as es la emoción,
la actitud y la responsabilidad con
la que afrontemos las novedades, las crisis y, en definitiva, las
transformaciones, que son el nivel más profundo y duradero de evolución.
Es muy posible que nos acompañe el miedo —pero no temas— no es más que una señal para mantenernos en
alerta y atentos/as a lo que ocurre para aprender
rápido. Si además mantenemos una actitud
positiva, nos estaremos enfocando en
la solución en lugar de fijarnos sólo en el problema. Y completaremos el
círculo si conquistamos el timón haciendo uso de nuestra libertad de elección para tomar una acción.
Recuerda: Si tú
cambias, todo cambia. ¿Lo has probado?
Todos en algún momento de la vida tenemos cambios, unos inesperados y otros buscados. Yo evidentemente prefiero los segundos por la ilusión y las ganas que pones en ellos para que se hagan realidad. En cualquier caso, de todos se aprende y te hacen más fuerte.
ResponderEliminarTener una actitud positiva te ayudará a llevarlos mejor. Gracias Ana.
Cierto, Luisa. Gracias a ti por compartir tu opinión.
ResponderEliminarUn abrazo!