viernes, 6 de julio de 2018

Como los girasoles


Observar la naturaleza siempre nos regala valiosos aprendizajes, pero claro, casi nunca tenemos tiempo para detenernos a admirar los “milagros” que suceden a nuestro alrededor. Otras veces no es cuestión de tiempo, es cuestión de prestar atención, de ser curiosos y de hacerse preguntas. Nuevas preguntas que busquen la luz del conocimiento como el pincel de Van Gogh experimentando con el color de sus girasoles. Cuestiones que despierten la curiosidad por adentrarnos en la propia naturaleza humana.

Tal vez el genio neerlandés hizo un gran descubrimiento, y no me refiero solamente al misterioso pigmento compuesto de cromato de plomo cuyo color variaba por descomposición del amarillo vivo a un tono pardo verdoso, sino a la forma en que podía expresar en su lienzo el paso del tiempo y las emociones compartidas. ¿Y si en realidad sus cuadros de girasoles representasen el verdadero “autorretrato psicológico” del artista? Creo que todos alguna vez nos hemos planteado, si fuese un animal sería…, si fuese un color sería…, y si fuese una flor o un instrumento sería… Si aún no lo has hecho, prueba a imaginarlo y después pregúntate a qué se debe esa elección. ¿Casualidad? O quizás dicha elección responde a alguna característica concreta que creemos que tenemos en común con el objeto elegido. ¿Te animas a averiguarlo?

Pero curiosamente el pintor no dibujó un único girasol; siempre creó girasoles “en compañía”, diferentes pero iguales. Y juntos. Tal vez no trataba solo de plasmar con una ilustrativa metáfora su propia imagen, sino su necesidad de compañía para vencer el sentimiento de soledad; o su anhelo de construir al lado de otros “una gran obra”, utilizando para ello lo que veía y le inspiraba en los campos de la ciudad francesa de Arlés… Y por qué no, lo que despertaban en él aquellas “pupilas fijas” de iris dorado que, a su vez, también le observaban desde sus lienzos. Es posible que se percatase de cómo estas luminosas flores silvestres se comportaban en su medio natural, dónde no solo seguían al Sol en su trayectoria, además convivían en perfecta armonía a pesar de rivalizar por un recurso común. Qué difícil aplicar esto a nuestro mundo humano, ¿verdad? ¿O no? Competimos por tener más que otros; en lugar de trabajar por aquello que realmente precisamos. Competimos por llegar a la cima; aunque escalemos sobre “cabezas”. Competimos por llevar la “voz cantante” sin aprender a escuchar la “música” que los demás están tocando… Sin calibrar a veces ni lo que nos jugamos ni para qué; competimos. ¿Y qué me dices de la devoción por la belleza de la juventud? El autor no olvidó las posibilidades ocultas del girasol pardo. Porque donde algunos sólo ven el impacto del tiempo, la pérdida del color y el brillo exterior que antaño les infundía gran hermosura, otros perciben la transformación; la necesaria madurez que ofrece un rico fruto capaz de hacer perdurar su inigualable esencia.

Ser como los girasoles nos enseña a mirar a los ojos con la intención de descubrir otros “soles ocultos” tras los nubarrones. Sirve para comprender que si buscamos sabiduría no importa quién se coloque delante; seremos hábiles para esquivar la sombra y compartir para multiplicar nuestra riqueza interior. Y nos permite continuar hacia nuestras metas más allá de nosotros mismos “avistando el Este”, dispuestos a adivinar ilusionantes y cálidas madrugadas que coloreen el momento oportuno de brindar un “nutritivo” legado.
Y tú, ¿cómo eres?





2 comentarios:

  1. Qué interesante reflexión y qué bonita me ha parecido la comparación

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  2. Te agradezco mucho el comentario Sonia M.
    Un fuerte abrazo

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