“A todos nos gusta ganar, pero unas veces se gana y otras se pierde”.
O eso es lo que la gente nos dice (o nos decimos) cuando perdemos, tratando de
darnos consuelo y conformarnos, en el momento que —según los datos objetivos—
no conseguimos el resultado que ansiamos. Cómo si lo único válido fuese obtener
ese resultado. Por ello, en función de si lo logramos o no, nos identificamos
con un ganador o un perdedor… Y lo más curioso, es que así nos sentimos. Pero,
¿en realidad perdemos?
Hace algunas semanas, se
jugó un campeonato infantil de fútbol en nuestro pueblo. Nada profesional,
simplemente una forma para que los pequeños disfrutasen sus vacaciones haciendo
vida sana al aire libre y aprendiendo sobre los valores del deporte; y hablo de
verdaderos valores como el compañerismo, la diversión, el juego limpio, la
honestidad, el trabajo en equipo, la ayuda mutua y el respeto al rival, en fin,
aquellos que desafortunadamente cada vez se ven menos en los partidos de
cualquier categoría. Léase también en los aficionados, hinchas, papás y mamás
de los jugadores.
Cómo en cualquier otro
campeonato, los chicos formaron sus equipos, se celebraron los primeros
encuentros y se ordenaron en las correspondientes rondas clasificatorias de
cara a una final atendiendo a los goles marcados en cada partido. Pero esta era
una competición un tanto especial y pudimos descubrirlo los papás y mamás, y
por supuesto, los propios niños al finalizar el torneo.
Debo reconocer que mi hijo
no es especialmente futbolero, pero la idea de jugar con sus amigos era mucho
más poderosa que el futbol en sí. De
modo, que tras pedirme con gran insistencia y entusiasmo (y en el último
momento) que le inscribiera, así lo
hicimos. Tras los dos primeros partidos de infarto, con una victoria y un
empate, su equipo quedó clasificado para la gran final que se disputaría en el
pabellón dónde, al finalizar, se entregarían las medallas a los ganadores y un
detalle para todos los participantes. El día de la final, todo eran nervios: de
los niños, de los padres y madres que asistíamos, del entrenador “improvisado”
que no llegaba… Ya les habíamos prevenido a nuestros pequeños jugadores que,
simplemente por llegar allí, ya habían ganado. Tan sólo debían seguir
haciéndolo como hasta entonces y divertirse porque ese era su premio. Por su
parte, el otro equipo se propuso firmemente lograr la victoria a cualquier
precio y, llegado el momento, comenzaron a cometer faltas, e incluso, imitando
a sus jugadores favoritos, mandaron callar a la grada cuando lograron sacar un
gol de ventaja. Y final del partido.
Mientras los papás y mamás
bajábamos al campo para felicitarles por su actuación, los niños saludaban a sus
rivales que, aún muy agitados por su triunfo, les recordaban que habían ganado
el encuentro. En cualquier caso, nuestro pequeños protagonistas posaron
sonrientes (excepto alguna lágrima que apareció sin avisar) para la foto de
equipo junto con su entrenador y su “maternal” afición.
Tras reponer fuerzas y comentar las jugadas entre
risas en un parque cercano, llegó la hora de los trofeos. Sentados en las
gradas del pabellón, escuchamos atentamente las menciones esperando que nos
llamasen para recoger nuestra mochila de participantes… Entonces llegó la
sorpresa: ¡Éramos los campeones de nuestra categoría! Cierto que ya nos
sentíamos ganadores porque lo habíamos pasado en grande… aunque, sin duda,
aquello fue una inesperada consideración. Como avancé antes, este era un
campeonato diferente. Se premiaba el juego limpio, los valores del deporte y la
actitud, así que, lo que en principio y objetivamente podía haber sido una
pérdida por no lograr superar a nuestro rival por un punto (un resultado), se
convirtió en una ganancia en superación propia vivida, disfrutada y aceptada
(una experiencia)… que luego, curiosamente, fue externamente reconocida. Creo
que este es un ejemplo claro para la vida, en la que los que se sienten ganadores,
en realidad, son los que saben perder entendiendo que forma parte del juego. Los
que aceptan que superar a otro no es el único buen resultado; los que saben que
no todo vale; los que a pesar de no tenerlo todo a favor, deciden retarse. Aquí
ganar no es conseguir una medalla o una copa o más dinero sino atreverse a
vivir la experiencia con la actitud adecuada. De esta forma, tus resultados nunca
serán los que determinen ni tu éxito ni tu fracaso ni siquiera tu potencial,
simplemente, formarán parte de un útil aprendizaje para seguir mejorando. ¿Sigues
pensando que alguna vez perdemos?
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